Is 38, 1-6. 21-22; Sal: Is 38, 10-16; Mt 12, 1-8.
“Misericordia quiero y no sacrificio”
Las virtudes, separadas del amor, se vuelven insípidas, y las leyes maniáticas. Son como faldas sin mujer dentro, como fachadas sin casa habitable.
Los fariseos de este evangelio critican a Jesús porque sus hambrientos discípulos andaban arrancando espigas y comiendo sus granos, ¡y era en día de sábado! Jesús, lleno de paciencia, les justifica desde las escrituras la conducta de los suyos. Y hace dos confesiones de su honda autoconciencia: “Aquí hay uno mayor que el Tempo” y “el Hijo del hombre es señor del sábado”.
Él es el espacio sagrado y el tiempo sagrado de la liberación. De la aventura de la libertad que se hace misericordia hacia los demás. Cuando, como hacían los fariseos, absolutizamos la ley o un aspecto de la verdad, relativizamos todo lo demás y lo sometemos a la superstición de ritos o leyes. Y el amor se pierde, la misericordia desaparece, y a la persona humana la quieren a imagen de la obsesión de los dictadores, no a imagen de Dios.
Los discípulos tenían hambre y hacían bien en alimentar su cuerpo. “Hay que amar el cuerpo sobre el que esta vida se asienta, como el río ama su cauce y sus riberas, sabiendo que le conducen a la desembocadura, que es la muerte. Sólo así podremos soñar el mar inmenso que nos acogerá…”. Y los bienes son para el hombre, no al revés.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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