Is 26, 7-9. 12. 16-19; Sal 101, 13-21; Mt 11, 28-30.
“Venid a mí los que estáis cansados y agobiados…”
Él va con nosotros, abriéndonos camino. Su carga es llevadera porque él la carga con nosotros. Y, “por duro que sea lo que se nos pida, el amor lo hace ligero”, decía san Agustín. Sin ese amor, la moral es triste y angustiosa, como saltar obstáculos en medio de la noche. No hallamos la salida, y vamos sobrecargados de leyes, autoridades, impuestos, supersticiones y miedos. Pero Jesús nos dice: “Vengan a mí los cansados y agobiados… aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón y encontrarán su descanso”.
El niño garabateo unas letras en el papel. Luego se lo pasó a su mamá. Decía: Por ayudar a lavar platos, 15 pesos; por limpiar el cuarto, 10; por ir a comprar las tortillas, 5; por cuidar de mi hermanito, 22; por sacar la basura todos los días, 30; por sacar buenas calificaciones, 50. Total: 132 pesos. Después de leer lo anterior, la mamá escribió: Por llevarte 9 meses en mi seno: nada; por tantas noches de desvelos cuidándote, nada; por las lágrimas que me has causado, nada; por la comida que te hago todo los días, nada; por limpiarte, peinarte y quererte, nada. Total: nada… El niño, después de leer el papel de su mamá, tenía por ojos dos fuentes de lágrimas. Se abrazó a ella y le dijo: ¡Te quiero mucho!
Jesús es la mejor madre, y nos acoge, nos cuida, nos alimenta y nos defiende. Y, como a niños agobiados y aturdidos, nos dice: ¡Vengan a mí…!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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