Is 7, 1-9; Sal 47, 2-8; Mt 11, 20-24.
“¡Ay de ti Corazoín, ay de ti Betsaida…!”
¡Ay de ti Europa, ay de ti América, ay de ti comunidad mía, ay de mí! Evangelizados con tantos sudores y martirios, y hoy con los ojos más puestos en la ONU o en el Banco Mundial, en batallitas internas o en cualquier gurú esotérico que en Jesucristo. ¿Hasta cuándo seguiremos ciegos?
Tú, Señor Jesús, habías proclamado el Reino con signos y prodigios en esas poblaciones bañadas por las olas del lago de Genesaret. Ahí, Corazoín, Betsaida, Cafarnaún, y no te hicieron caso. Y aquí nuestros propios nombres propios, bañados por las aguas del bautismo desde niños, alimentados con tus sacramentos y acunados por la comunidad cristiana. Y, ahora, distraídos, medio paganizados, escasos y con la mirada en cualquier espantapájaros televisivo. No me extraña que nos digas: “El día del juicio será más llevadero para Sodoma que para ti”.
Y no nos lo dices para asustarnos, sino para que despertemos. Cuando en la carretera hay aviso de curva peligrosa no es para que caigamos en ella, sino para evitarla. Y así nos lo avisas tú, que nos amas y que quieres, antes de nada, nuestro bien.
Me admiro, Señor, y te doy las gracias ante tantos que hoy mismo salen de la droga, la violencia, del ateísmo familiar, o de una vida destruida, y te hallan hallándose. Ellos no tuvieron las ventajas nuestras.
¿No tendrán derecho a echarnos en cara nuestra tibieza y nuestras excusas?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
0 comentarios