“¿Quién es mi prójimo?”
Dt 30, 10-14; Sal 68, 14-37; Col 1, 15-20; Lc 10, 25-37.
Hoy, antes de escuchar la gran parábola del Samaritano, nos dicen las otras lecturas: “Conviértete al Señor, tu Dios, con todo tu corazón”. (Deuteronomio). “Buscad al Señor los humildes y revivirá vuestro corazón”. (Salmo). “Por Cristo, quiso Dios reconciliar consigo todos los seres” (Colosenses).
Ante la situación familiar o ante la violencia social o ante el enfermo desatendido que vive en mi calle, ante mi comunidad cristiana medio apagada… puedo dar un rodeo y pasar de largo. ¡Qué otros se ocupen de eso, yo no tengo tiempo! (No tengo amor). Soy como esos dos de la parábola que, ante el herido, dieron un rodeo y siguieron su camino.
El Hijo de Dios se “hizo tiempo” y “se hizo uno de nosotros”. Cuando yacíamos en el camino, asaltados y medio muertos, cargó con nosotros, nos curó, ocupó su tiempo para llevarnos a la Posada de la gracia y, ante Padre, sigue intercediendo por nosotros. ¡Es el buen Samaritano! “Vete tú y haz lo mismo”.
En la parábola, ante los asaltados, aparecen tres grupos: el de los asaltantes, el de los “neutrales” y el de los abiertos a los heridos y comprometidos con ellos. En nuestras relaciones aparecen, ante cada uno de nosotros, esas mismas posibilidades. Lo mismo en la familia o en el trabajo, que en la comunidad e Iglesia o en la sociedad. Y un día seremos juzgados –y ya lo somos– según las actitudes que vivimos. Además, el amor cristiano es también preventivo, y ha de luchar por impedir que los pobres sean asaltados. Participamos de la misión de Jesús. “Vete tú, y haz lo mismo”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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