Os 14, 2-10; Sal 50, 3-17; Mt 10, 16-23.
“Os entregarán a los tribunales…”
Todos somos iguales, dice el dicho, pero en los tribunales, unos son los jueces y otros los acusados. El evangelio distingue las ovejas de los lobos, las serpientes de las palomas, los perseguidores de los perseguidos. Y Jesús nos advierte que, por su causa, sufriremos persecución. En algunos lugares –por ejemplo Afganistán o Arabia Saudí– convertirse al cristianismo supone la muerte. En otros lugares, las cosas son más diplomáticas o corrosivas.
Las peores persecuciones, sin embargo, no vienen de las fauces de los leones de fuera, sino de las termitas de dentro. Es nuestra escasa manera de vivir la fe y de conocerla la que más víctimas causa. Cuando este cristiano casi se avergüenza de serlo y vende su identidad para ser perdonado por la moda, cuando se disfraza para parecer tan mundano como el mundo o cuando agacha su fe para ser tolerado por el intolerante pensamiento oficial y sus medios, entonces la “sal se vuelve sosa” y “ya no sirve para nada”. Ya no hacen falta más persecuciones. Y somos nosotros, con nuestra acobardada manera de vivir, quienes perseguimos nuestra fe en Jesucristo.
Cuántos ejemplos nos están dando estos años los cristianos de Irak, Siria o Nigeria. Unidos, fieles hasta dar la vida, ayudadores. No saben si podrán regresar el domingo de su misa, si otra vez les pondrán bombas, pero abarrotan las iglesias.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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