“Echó al demonio, y el mudo habló”
Os 8, 4-7. 11.13; Sal 113, 3-10; Mt 9, 32-38.
Cuatro imágenes nos ofrece sobre Jesús el evangelio de hoy. Primera: Jesús nos libera de ser mudos. Segunda: Jesús es tergiversado por los fariseos, que no pueden negar los hechos, pero los pervierten con su mirada. Tercera: los profundos sentimientos de compasión de Jesús hacia las multitudes “extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor”. Cuarta: la preocupación de Jesús se extiende hacia otras muchas gentes: “la mies es mucha, pero los obreros son pocos”… ¿Podemos fijarnos brevemente la primera?
“Presentaron a Jesús un endemoniado mudo”. No se trata de alguien que no puede hablar, se trata de alguien que se dejó poseer por el mal espíritu, se hizo mudo a sí mismo, se clausuró en su ego, sólo tiene oídos para sí mismo. Su vida, creada para relacionarse con Dios y con los demás, está ahora como un barril vacío y taponado.
Pero alguien se preocupó de su situación, alguien hizo de mediador para aproximarlo a Jesús. No se contentó con lamentarse o criticarlo, se lo llevó al Nazareno. Y éste no se puso a dialogar con el mal espíritu, rápidamente y sin preámbulos lo expulsó. Y “el mudo comenzó a hablar”. Comenzó a ser un hombre nuevo. Decía, el pasado 23 de abril el Papa Francisco: “Me sucede que debo llamar por teléfono a mis amigos, pero no logro porque no hay cobertura. Bien, acuérdense que en su vida ¡si no está Jesús es como si no hubiera la cobertura del móvil!, no se logra hablar y uno se cierra en sí mismo. ¡Pongámonos donde siempre hay cobertura!”
Danos, Señor, estar contigo y aproximar a los demás a ti.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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