En una ciudad como Milán dónde siempre estamos todos ocupados y parecemos distraídos, nos parece extraño haber conocido una realidad muy diferente: la Casa de Acogida del Voluntariado Vicenciano de Via Poma. Aquí, el Voluntariado con la colaboración preciosa de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, trabaja escondido ofreciendo un valioso servicio a los demás. Entrar en esta casa fue una experiencia única para nosotros. Tuvimos la oportunidad de tocar con la mano lo que quiere decir servir a Jesús en nuestros hermanos que sufren. Todo esto es posible y se logra gracias al compromiso común de los Voluntarios Vicencianos y las Hijas de la Caridad.
El Grupo de Voluntariado, sabiamente dirigido por la Presidenta Patricia Tersi, se esfuerza por facilitar algunas tareas. Muy apreciable es el Centro de Escucha, un punto de referencia para muchas personas y familias necesitadas, incluso para los que no son de esta casa. Aquí se atienden las situaciones más urgentes, a través del apoyo psicológico y material.
Es verdad que las palabras no son nunca demasiadas cuando queremos hablar sobre nuestro encuentro y nuestra experiencia con las Hermanas que colaboran ofreciendo 24 horas al día su servicio humilde, respetuoso, generoso y alegre. Este servicio abarca los diversos campos materiales y espirituales en los que concretizan y hacen vivo, visible, creíble y presente el carisma de sus santos fundadores: San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac.
Desde el comienzo de la mañana las Hermanas, con el personal, se ocupan de organizar el servicio para los clientes. Todo ello se enriquece con la sonrisa, el estímulo, la atención a cada persona; ¡con el testimonio de su vida religiosa y los momentos alegres de vida compartida y, por qué no, algunos abrazos! Esto enardece los corazones tristes y angustiados y les hace sentirse en casa. Esto representa para nosotros un importante crecimiento espiritual porque nos ofrece la oportunidad de reavivar nuestra fe y de fortalecerla. En plena libertad podemos compartir sencillos momentos de oración en la capilla.
Damos gracias al Señor de todo corazón porque nos ha concedido llegar a este lugar oculto. Agradecemos también a los Voluntarios Vicencianos por el servicio que ofrecen; damos un abrazo agradecido a las Hermanas por habernos llevado de la mano durante nuestra estancia; sentimos también la necesidad de agradecer al personal porque en tareas específicas, sonriendo y actuando humildemente, nos cuidaron en las diversas situaciones vividas. Gracias y gracias de nuevo.
“Gracias a la Casa Vía Poma, me han enseñado a convivir con mi dolor y a comprender la belleza de compartir con los demás nuestras situaciones más íntimas, y a apreciar y siempre y como sea la vida. Yo, donde quiera que esté, llevaré siempre en mi corazón a las Hermanas”. (Nella)
“Como persona que padece una enfermedad grave, puedo decir que tuve mucha suerte al encontrar una verdadera y auténtica casa, y en casa, se sabe, es donde un enfermo sana más rápidamente. Todo esto gracias a las Hermanas, al personal y a los voluntarios que allí ofrecen sus servicios. Las Hermanas entregan su vida a quien viene a resolver sus problemas de salud. Yo, particularmente, he estado mimado en todo: en la comida, cuando tenía náuseas por la quimioterapia, toda la atención que recibí cuando sufría los efectos colaterales de la radioterapia. Dos aspectos muy importantes son el apoyo moral en los tiempos difíciles y el hecho de haberme ayudado a repensar el aspecto religioso y caritativo hacia los más necesitados. Gracias de todo corazón; nunca olvidaré esta experiencia”. (Orlando)
“Yo, que estoy siempre buscando palabras para expresar mis sentimientos, esta vez las he gravado bien en mi corazón porque, aunque a veces no tenía ganas de hablar había personas que, silenciosamente, acogieron todo mi dolor. Porque, cuando mi corazón estaba herido, ellos fueron mi refugio; cuando las lágrimas humedecían mi rostro, ellos estaban allí para enjugarlas. Sufrir es parte de la vida y hemos de apreciarlo más. Gracias a las Hermanas yo comprendí que todavía tengo que sonreír a la vida y aprendí a hacerlo junto con las personas maravillosas que han compartido conmigo estos momentos de dolor. Por todo ello quiero darles las gracias. Gracias sólo por el hecho de existir”. (Cosmina – la mamá de Orlando).
“No es fácil compartir con la persona a la que quieres la triste experiencia de la enfermedad. Las Hermanas que trabajan en esta Casa, con su cercanía hecha de gestos, atención, oración y silencio, me han ayudado a enriquecer mi fe, fortalecer mi espíritu y me han dado ese ímpetu extra que es necesario para afrontar el reto del presente”. (Agata).
Fuente: http://filles-de-la-charite.org/
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