“Ustedes oren así: Padre nuestro…”
Eclo 48, 1-15 | Sal 96 | Mc 6, 7-15.
Jesús, tú fuiste siempre un hombre de oración. En los momentos de gozo inmenso, en las grandes encrucijadas de tu vida, en la inminencia de la pasión y la muerte, acudiste al encuentro sereno y luminoso con tu Padre en la oración. Buscabas lugares tranquilos, de madrugada, y te abrías a la presencia transformadora del Padre, en escucha atenta y obediente. Sabías orar, conocías la importancia de la oración, descubriste que es un alimento indispensable para caminar la vida, a veces tan difícil, tan poco clara.
Y nos dejaste el Padrenuestro, palabras que nos descubren las profundidades infinitas de tu corazón, la riqueza de tu relación con el Padre y la claridad con que entendías la vida del hombre y sus necesidades. Señor, cuando rece el Padrenuestro quiero hablarle al Padre como tú le hablabas, con la misma confianza, con el mismo amor, con la misma reverencia. Cuando lo rece quiero rezarlo con la
misma profundidad, asumiendo todo lo que implica llamar a Dios: Padre, y ponerme delante de Él como su hijo amado, frágil, necesitado. Quiero pedir el reino, como tú, y construirlo como tú. Pedir el perdón y perdonar, como tú.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero, C.M.
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