“Ustedes son la sal de la tierra”
1Re 17, 7-16 | Sal 4 | Mt 5, 13-16.
Una comida sin sal (que me perdonen los hipertensos) no tiene chiste, no emociona ni se antoja. Lo mismo una comida demasiado salada: es amarga, desagradable, incomible. La sal tiene la propiedad de hacer que aparezca lo mejor de los alimentos, resalta el gusto de cada alimento.
¡Qué tarea la que nos deja Jesús! Con su vida sencilla y alegre, con la vivencia de los valores del Reino, con su amabilidad, generosidad, prudencia, paciencia, perdón, honestidad… el cristiano tiene que hacer salir a la superficie lo mejor de la vida, lo hermoso de estar vivos en esta tierra.
Lo amargo, lo vano, lo desagradable de la vida, puede ser transformado con una pizca de sal. Esa pizca es la que nos pide Jesús que aportemos para convertir la vida en un banquete de manjares deliciosos.
También nos encomienda ser como una lámpara que, sin necesidad de deslumbrar cegando los ojos, permite ver los contornos de las cosas, su posición exacta, su textura, su brillo y valor. El testimonio de una vida fiel al evangelio de igual manera desprende una luz suave que coloca las cosas en su lugar y hace del mundo una habitación cálida, segura, disfrutable.
Que tu vida y mi vida sean sal y luz para el mundo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero, C.M.
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