“Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos”

2Tim 1, 1-3.6-12 | Sal 122 | Mc 12, 18-27.

Dios es un Dios de vivos, es el Señor de la vida. Donde Él actúa, florece la vida; donde se le cierra la puerta, la dignidad, la felicidad y la paz son devoradas por el egoísmo, la violencia y la amargura, que se van imponiendo como señores de la muerte, de la vida mutilada, oscurecida.

En el evangelio de hoy, los saduceos quieren ridiculizar la doctrina de la resurrección de los muertos, de la vida plena en la casa del Padre. Si nos quitan el horizonte, ¿hacia dónde podremos mirar? Si no es para desembocar en el mar inmenso de los brazos de nuestro Padre, ¿por qué, para qué, hacia dónde correría el río de nuestra vida? Puestos del lado de Jesús, afirmamos que la vida no acaba con la muerte, que la vida es un don que madura y florece cuando, poco a poco, nos vamos abriendo a la vida inagotable que Cristo nos comunica, como una flor marchita que recibe de pronto la frescura del agua y la luz del sol.

Creo que Cristo resucitó y que con Él y como Él, yo también resucitaré. “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.
Amén.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero, C.M.