“Señor, ¿Cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?”
Ez 12,1-12 | Sal 77 | Mt 18, 21 19,1.
Recordamos que en el evangelio de ayer Jesús invita a sus discípulos a vivir la corrección fraterna entre ellos y ahora como complemento nos habla del perdón. En este escenario Pedro aparece nuevamente como aquel discípulo que sigue aprendiendo y que cree que ha entendido la lección pues el número que utiliza se traduce como “siempre”. Jesús lo lleva más allá refiriéndose al amor que nuestro Padre Dios nos tiene, que no tiene límites y el nuestro que tiene límites.
Cada vez que asistimos a la Eucaristía –acaso sin que nos demos cuenta– pedimos perdón al inicio de la celebración. Nuestro Padre Dios no se cansa de perdonarnos que hasta nos dejó el sacramento de la reconciliación como medio a través del cual también podemos encontrarnos con su infinita misericordia.
La única resistencia ante el perdón de Dios puede venir de parte nuestra, pues infinito es su perdón. En la oración del Padre Nuestro decimos “perdónanos nuestras ofensas como también nosotros personamos a los que nos ofenden”.
Pensemos en nuestra comunidad. Cuántos tienen que empeñar lo poco que tiene para conseguir medicamento, cuántos de ellos tienen que vender sus pertenencias o pedir prestado para costear los estudios de sus hijos. ¿Cómo los ayudamos? Dios nos ha reconciliado por medio de Jesucristo; si nos abrimos a su amor y a su perdón, también nosotros sabremos compartirlo con nuestros hermanos según ellos lo necesiten.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Israel C. Alba Romero, C.M.
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