Desde hace unos meses, las Hijas de la Caridad en el área de Nueva York han estado en contacto conmigo para el tema de la preparación de un memorial para el P. Richard McCullen, CM. Sor Julie Cutter, HC, y Sor Catalina Prendergast, HC, y yo mismo, nos convertimos en los miembros de un grupo de planificación que repartió las responsabilidades para hacer llegar a buen término este evento. Charlando de vez en cuando por conferencia telefónica y, con mayor frecuencia, por e-mail, dimos forma lentamente al encuentro. La hermosa capilla de Santo Tomás Moro, en la Universidad de St. John, sirvió de lugar privilegiado, la Provincia de Santa Luisa ofreció generosamente el apoyo financiero, y numerosas hermanas compartieron sus talentos para la organización.
En el día señalado, el 7 de mayo, un grupo de veinte miembros de la Familia Vicenciana se reunieron para el memorial. Nuestro plan era sencillo: un encuentro de oración de una hora en el que pudiéramos contar historias del P. McCullen, y luego una celebración de la Eucaristía en su memoria, seguido de una cena sencilla. Muchos de los que les hubiera gustado unirse a nosotros, pero no pudieron, enviaron historias de su trato con este maravilloso sacerdote paúl, que fueron leídas durante el servicio. La homilía de la Eucaristía se centró en la importancia de la oración en la vida cristiana, sin duda en consonancia con el carácter de nuestro homenajeado. Durante la comida sencilla, con una maravillosa fraternidad, también mantuvo el espíritu del «P. Dick» cerca de nuestros corazones.
Todos los que estaban presentes en el evento conocían al P. McCullen de una manera u otra, pero me preguntaba cómo alguien que no le hubiese conocido podría describirle, después de escuchar todos nuestros relatos. Entre los muchos elementos que se podrían identificar, quisiera destacar cuatro.
En primer lugar, el P. McCullen era un sacerdote maravilloso y un sacerdote vicenciano. Su dedicación al clero de Irlanda era bien conocida y apareció varias veces durante el curso de nuestra celebración. Los sacerdotes que lo habían conocido en el seminario disfrutaron de su cálido apoyo y compañía, mientras buscaban su sabiduría en cuestiones de interés actual. Yo mismo vi esto regularmente durante mi viaje a Irlanda para el Congreso Eucarístico. Tuve el placer de estar con el Padre McCullen para un evento y estabábamos constantemente en conversación con el clero irlandés.
En segundo lugar, el P. McCullen tenía un profundo amor a las Hijas de la Caridad. Muchas, muchas historias capturan su deseo de estar con ellas y proporcionar un tipo de presencia que haría que Vicente estuviese orgulloso. Muchas de estas historias contenían un toque humorístico en medio de su dedicación, elemento de su personalidad que fue bien ilustrado durante el servicio.
Un oyente atento no sería capaz de evitar la conclusión de que el P. McCullen era un hombre bien educado y bien leído. Sus charlas y homilías, con frecuencia, contenían fragmentos de poesía y literatura, entre sus citas a Vicente y Luisa, la Escritura, y los documentos de la Iglesia. Su habilidad para predicar bien, uniendo todos estos elementos, fue un maravilloso testimonio de su herencia e inteligencia.
Por último, la devoción a la Virgen era una parte importante de la espiritualidad de este Superior General de la Compaía y de la Congregación. Él buscaba la orientación y la intercesión de María en toda su planificación y colocaba a los que él amaba a su cuidado maternal.
Se podría decir mucho más acerca de este evento y las historias a las que el P. McCullen dio origen. Él fue una bendición para nuestra Familia Vicenciana y un modelo para vivir el carisma con fidelidad. Recordarle es poner estos valores en primer plano y volver a comprometernos con el seguimiento de Cristo a la manera de nuestros Santos Fundadores.
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