“Señor, Hijo de David, ten misericordia de mi”
Jr 31,1-7 | Sal 149 | Mt 15, 21-28.
El título con el cual se refiere la mujer al llamar a Jesús “Hijo de David” resulta un poco extraño pues la mujer no pertenecía al pueblo judío sino que ella formaba parte de un pueblo extranjero. La mujer cananea sabe aprovechar tres momentos del encuentro con el Señor.
En su primer intento no recibe respuesta alguna de Jesús y en su segundo intento son los discípulos quien le piden a Jesús que le atiende pues viene gritando y finalmente Jesús se acerca a ella pero le dirige unas palabras muy duras acerca de quiénes son los destinatarios de su mensaje.
La mujer saca ventaja de aquel encuentro pues sabe que en esencia Jesús ha sido enviado para todos, por eso expresa que no le importa recibir aunque sea lo que quede de la misericordia para que su hija quede sana.
El Señor Jesús se da cuenta de la gran fe que le mueve a aquella mujer para acercarse a Él pues eso implicaba romper con ataduras culturales, religiosas, sociales, etc. El amor que tiene aquella mujer a su hija le mueve a cruzar fronteras.
Es oportuno para nosotros reflexionar en torno a lo sucedido para iluminar nuestro entorno, ¿Somos elitistas en nuestras comunidades? ¿Somos factor de unión o desunión? ¿Qué hacemos cuando alguien se nos acerca a pedir ayuda y no pertenece a nuestra comunidad, a nuestro grupo, a nuestra parroquia o es de otra ciudad? Jesús nos da el ejemplo de apertura y nos invita a romper nuestros pequeños esquemas para renovarnos constantemente. No sectoricemos la caridad ni le pongamos horarios, seamos comunidades abiertas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Israel C. Alba Romero, C.M.
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