Hch 15, 7-21 | Sal 95, 1-10 | Jn 15, 9-11.
“Permanezcan en mi amor”
Los discípulos siguen escuchando la honda despedida de Jesús. Ya les ha hablado de los sarmientos que permanecen unidos a la vid. Él es la vid, el árbol. Las ramas separadas se secan. Pero él no está sólo, y tú no estás sólo. El te ama, él ha permanecido en el amor del Padre y te ama con ese mismo amor.
El verbo permanecer sale unas nueve veces en estos versículos. “Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes, permanezcan en mi amor”. Así, al vivir en su mandamiento, darán mucho fruto. Ella, Sandra, era su novia, lo amaba de verdad. Pero, por un accidente, se quedó parapléjico. Eres joven, le dijo la madre de su novio, nosotros lo cuidaremos. Pero Sandra le expresó suplicante: no me enamoré de su salud, sino de él, y lucharé con él el tiempo que sea necesario. Y tras varios años, él se fue recuperando. El amor, cuando lo es, pide la fiel permanencia.
Jesús no nos pide un romanticismo de unos días o unas horas. Su amor es fiel, es permanente, ningún accidente lo apaga. Que él nos sostenga para que nuestro pequeño amor crezca en afecto, en servicios y en frutos. Es el amor feliz y contagioso.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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