Hch 13, 13-25 | Sal 88, 2-27 | Jn 13, 16-20.
Entre tú y el Padre celestial, Jesús está en el centro. Por eso nos dice: “quien acoja al que yo envíe, me acoge a mí y quien me acoja a mí, acoge a aquel que me ha enviado”.
¿Cuántos mensajeros nos envía con su ejemplo y su palabra, cuántos pobres nos suplican acogida desde sus heridas, cuántas personas solas llaman con su realidad a tu puerta?
El pasado 1 de noviembre nos decía el Papa Francisco: “Solo si conocemos a Jesús en su verdad, seremos capaces de ver la verdad de nuestra condición humana, y podremos llevar nuestra contribución a la plena humanización de la sociedad. Custodiar y anunciar la recta fe en Jesucristo es el corazón de nuestra identidad cristiana, porque al reconocer el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, podemos entrar en el misterio de Dios y en el misterio del hombre”. No debo separar lo que Jesús ha unido: el prójimo, él, y el Padre.
Hoy celebramos también la fiesta de san Anselmo de Canterbury, quien tuvo una vida agitada y hermosa. Él sabía educar en la fe cristiana, con oración, dulzura y razones. A un que se dolía por sus pocos frutos le decía san Anselmo: “Si plantas un árbol en tu huerto y lo cercas por todos lados, de suerte que no pueda extender sus ramas, tendrás al cabo de un tiempo un árbol inútil de ramas torcidas. Pues así es como tratas a tus hijos… con amenazas y golpes y privándoles del privilegio de la libertad”. No puedo anunciar al que es la puerta de la misericordia desde el malhumor, la insensibilidad o el mirar para otro lado. La gratitud y la alegría son buenas mensajeras. San Anselmo decía: “Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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