Hch 7, 51-8, 1 | Sal 30, 3, 21 | Jn 6, 30-35.
“Es mi Padre el que les da el pan verdadero”
Jesús multiplicó los panes para los muchos que se habían reunido con él. Ellos sólo vieron su hambre saciada, no lo que significaba el gesto de Jesús. Al día siguiente averiguan y lo encuentran en Cafarnaún. Jesús les dice que “busquen el alimento que permanece para la vida eterna”. Ellos le piden signos. Moisés dio el maná a nuestros padres, ¿tú que signos haces para que creamos en ti?
Jesús comienza a hablarles en un hondo y largo discurso lleno desafíos. Él es pan verdadero, el pan que les da el Padre, el que sacia las hambres profundas. Después hablará de la fe en él, como lo quiere el Padre, para que “tengan vida”. Al final, ante el escándalo de los presentes adelantará el misterio de la Eucaristía: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Nos convendría leer el texto seguido, despacio, y dejándonos cuestionar. Tengo hambre y sed de más, de más amor, de más dicha, de más claridad. ¿A dónde he ido para calmarlas? ¿A dónde voy? ¿Con qué me distraigo? ¿Me interesa –como a Jesús– la multitud que busca y también tiene hambre de Dios? ¿Me he contentado con darles cosas y servicios, sin darles al que es el pan verdadero? Los pobres tienen el derecho a Jesucristo. No se lo robes.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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