¿A quién pertenezco? ¿A Dios o al mundo? Muchas preocupaciones diarias me sugieren que pertenezco más al mundo que a Dios. Una pequeña crítica me enfada y un pequeño rechazo me deprime.
Mientras sigo corriendo por todos los lados preguntando: ¿Me quieres? ¿Realmente me quieres? El mundo dice: Sí, te quiero, si eres guapo, inteligente y gozas de buena salud, si tienes una buena educación, un buen trabajo y buenos contactos. Te quiero si produces mucho, vendes mucho y compras mucho. Estos interminables “ sí” escondidos en el amor del mundo me esclavizan, porque es imposible responder de forma correcta a todos ellos con un amor que es y será siempre condicional, un amor que me deja enganchado al mundo, intentando, fallando, volviéndolo a intentar. Es un mundo que fomenta las adicciones porque lo que ofrece, no puede satisfacerme en lo profundo de mi corazón.
De repente, vi con toda claridad el camino que había elegido y a dónde me había conducido; comprendí que había tomado una opción de muerte; y supe que un paso más en aquella dirección me llevaría a la autodestrucción. En un momento tan crítico lo que me hizo optar por la vida fue sin duda, el redescubrimiento de mi yo más profundo y de que Dios me sostenga de día y de noche, este Padre que no es sólo el gran patriarca; es madre y padre: Toca mis hombros con una mano masculina y otra femenina. Él me sostiene y ella me acaricia. Él asegura y ella consuela. Sin lugar a dudas, Dios, en quien femineidad y masculinidad, maternidad y paternidad, están plenamente presentes en mi vida. “¿Acaso olvida una mujer a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Fíjate en mis manos: te llevo tatuado en mis palmas.”(Is 49,15-16)
Estoy convencido de que muchos de mis problemas emocionales desaparecerían si dejara que el amor maternal de Dios, que nunca compara, empapase mi corazón. Él me busca en la distancia, tratando de encontrarme, y deseando llevarme a casa. Si estoy lo suficientemente consciente de que Dios ha estado intentando encontrarme, conocerme y quererme, la cuestión no es: “¿Cómo puedo encontrarle?” sino: “¿Cómo puedo dejarle que me encuentre?” La cuestión no es: “¿Cómo puedo conocerle?” sino: “¿Cómo puedo dejarle que me conozca?” y, finalmente: “¿Cómo voy a amarle?” sino: “¿Cómo voy a dejarme amar por Él?”
Ahora empiezo a ver lo radicalmente que cambiará mi trayectoria espiritual cuando deje de pensar en Dios como en alguien que se esconde y que me pone todas las dificultades posibles para que le encuentre, y comience a pensar en Él como Aquél que me busca mientras yo me escondo. ¿No sería bueno aumentar la alegría de Dios dejándole que me encontrara y me llevara a casa, y celebrara mi regreso con los ángeles? ¿No sería maravilloso hacer sonreír a Dios dándole la oportunidad de encontrarme y amarme generosamente? Aquí está el núcleo de mi lucha espiritual el del concepto que tengo de mí mismo. ¿Puedo aceptar que merece la pena que se me busque? ¿Creo que realmente Dios desea estar conmigo?
Espero y rezo para que descubráis en vuestro interior no sólo a los hijos extraviados, sino también al padre y la madre compasivos que es Dios.
Tony BARAKAT
Voluntario de los Países Francófonos
Fuente: http://www.secretariadojmv.org/
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