Is 49, 8–15 | Sal 144 | Jn 5, 17-30.
Yo no me olvidaré de ti
La presencia de Dios en la vida de su pueblo es como la de una madre que quiere ver a su hijo crecer y madurar, que no le ahorra esfuerzos, pero se mantiene al tanto de sus avances.
El profeta Isaías usa una imagen muy gráfica para describir la búsqueda que Dios mantiene para lograr que su pueblo se convierta y se salve: aunque una madre pudiera olvidarse del fruto de sus entrañas, Yo no me olvidaré de ti. Y Jesús, en el evangelio, manifiesta que su acción salvadora y evangelizadora, continua y constante, inclusive en sábado, tiene el mismo origen: el Hijo sólo hace lo que le ve hacer al Padre, y así como el Padre resucita y da la vida, así también el Hijo da la vida a quien él quiere dársela.
Hace unos años, cuando el Concilio Vaticano II tenía su apertura, el Papa san Juan XXIII evocaba el mismo criterio para los trabajos que se emprendían: “En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad… La Iglesia católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha
de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella.” Dar a conocer este amor de Dios es la misión de todo cristiano.
¿Te sientes llamado a la misión de la Caridad?
¿De qué manera?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Erick F. Martínez Benavides, C.M.
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