A los que buscan y no encuentran

por | Mar 9, 2016 | Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

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Desde pequeño, Dios me concedió la gracia de no conformarme con lo que veía y palpaba con mis manos… Un día, siendo todavía muy niño, quise atrapar mi propia sombra, agrandada por un sol abrasador del verano; y, por más que lo intentaba, siempre se me escapaba… Otro día, siendo ya mayorcito, pensé que podía acariciar con mis manos las nubes que se posaban sobre la montaña más alta; y por más que intentaba alcanzar la cima, siempre se iban más allá…

Cuando empezaba a tomar conciencia de mí mismo, avanzada mi niñez, quería tener un coche y escaparme por caminos desconocidos; y también quería volar: me fascinaba ver los aviones que se cernían sobre mi cabeza, con un ruido ensordecedor, y no sabía a donde iban…, pero yo quería perderme con ellos hacia lo desconocido…

Cuando sonó la hora de los sentimientos a flor de piel, en los albores de la adolescencia, me atraían las chicas como a cualquier otro chico de mi edad, soñaba con ellas, como cualquiera de mis compañeros de curso… Pero, entonces, precisamente entonces, una voz desconocida me insinuó que ese, tal vez, no era mi camino, que podía dirigir mis sueños hacia otra dirección…

Y cuando, a mi entender, había tomado la decisión definitiva de ser sacerdote, a emitir mis votos en la Congregación de la Misión, creí que podía aspirar a metas de sueños que nunca antes había soñado…

¿Quién no ha tenido en el devenir de su pequeña historia experiencias parecidas, de sueños imposibles, de querer acariciar entre sus manos lo que siempre aparece más allá de su mirada…? Si esto fuera así en algún caso, permitidme que os diga que dudo de la madurez progresiva de tal o de tales personas… El hombre tiene vocación de Prometeo, de eterno subidor de piedras a la cima inalcanzable del último destino…

¿Será que el hombre, a fin de cuentas, está llamado a ser un perdedor nato, un fracasado sin remedio? No, rotundamente no, sino todo lo contrario: el hombre está llamado a desarrollar permanentemente unos resortes íntimos que le llevan a superarse a sí mismo, en un proceso continuo de renovación, hasta alcanzar la perfección para la que el creador le ha llamado… Definitivamente, el hombre está llamado a la utopía; y no es esta palabra la que está marcada con el signo de lo imposible, sino, más bien, con el sello del dinamismo regenerador que lo impulsa a acercarse al ideal, que por sí mismo es inalcanzable: si la meta está fuera del alcance de sus capacidades, en la medida en que lo intenta, suelta amarras y se acerca progresivamente a la realidad soñada…

Jesús de Nazaret, buen psicólogo y conocedor, donde los haya, de lo íntimo del corazón humano, nos invita, de mil formas, a vivir la utopía, su propia utopía. Pone al descubierto nuestras caretas, de parecer lo que no somos, de decir lo que no pensamos, de aparentar y no ser… Nos hace sentir pecadores, necesitados de la misericordia del Padre, que nos espera, con los brazos abiertos, después de noches de desvelo… Y, por otra parte, nos eleva más allá de lo que podíamos imaginar: somos hijos de Dios, elegidos y privilegiados del amor del Padre; nos invita a colaborar en la construcción de su Reino; nos asocia a su misión evangelizadora… ¿De dónde sacaremos arrestos para alcanzar nuestro destino? Y Él mismo nos devuelve la esperanza, alimenta nuestros sueños de llegar algún día a la cima que nunca podríamos soñar por nosotros mismos… Pero, es Él mismo quien nos da la clave para entender este enigma, y es que no estamos solos, Él está con nosotros, y lo que es imposible para el hombre es posible para Dios…

Las Bienaventuranzas de Jesús constituyen el código más claro de lo imposible, para la humana naturaleza. ¿Quién podrá, por sí mismo, desprenderse de todos los bienes? ¿Quién podrá llorar permanentemente con los que lloran? ¿Quién podrá ser justo en un mundo de injusticia? ¿Quién podrá ser misericordioso cuando se ve acosado por todas partes? ¿Quién podrá defender la paz en la selva del horror y la crueldad sin límites? ¿Quién podrá mantener limpio el corazón en un mundo de inmundicia? ¿Quién se decantará por la justicia, en el proceso envolvente de la corrupción y de la injusticia? ¿Quién podrá dar parabienes a los que le acosan y persiguen sin piedad?

Y Jesús sigue soñando…, y anima a los suyos a hacer lo mismo. Y porque Él, sólo Él, hizo posible lo imposible nos anima a seguirle, nos invita a elevar el vuelo sobre nuestra realidad concreta… En la medida en que intentemos elevarnos sobre nosotros mismos, Él empujará nuestros esfuerzos y elevará nuestra ilusión, porque Él está siempre con los esforzados de corazón…

Definitivamente, el mundo y la historia, el futuro de la humanidad, está en los soñadores, en los que emprenden permanentemente el vuelo sobre sí mismos; y nuestra tarea, como educadores en el seguimiento de Jesús de Nazaret, es aprender a volar, enseñar a volar…, cada vez más alto…

P. Félix Villafranca, C.M.

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