Festín para los santos y poco santos

por | Mar 1, 2016 | Cuaresma, Reflexiones | 0 comentarios

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Al festín del reino invita Jesús incluso a los pecadores.

Murmuran una vez más los observantes estrictos de la religión porque Jesús acoge a los pecadores y come con éllos. Y una vez más no se echa atrás él, sino que se muestra aún más resuelto a cumplir con un aspecto importante de su misión, aseverado antes de esta manera:

No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a pecadores para que se conviertan.

Esta misión la afirma Jesús cuando el fariseo Simón, quien le ha invitado a su mesa, se pone a dudar de él, viéndolo a su invitado dejarse tocar por una pecadora pública. Jesús no se siente endeudado ni a su anfitrión. Hasta denuncia al anfitrión, otro fariseo, que se extraña que su huésped coma sin lavarse primero.

Claramente, Jesús se diferencia enormemente del político ambicioso que no se atreve a expresar opinión contraria a la del que le agasaja con un festín. El Maestro no se rinde ni a «amigos» que no toleran la presencia de los «inmundos» en un banquete.

Jesús no es como no pocos de nosotros tampoco. Demasiado preocupados quizás de nuestra imagen de persona simpática, nos callamos ante conocidos que se están dejando influir por candidatos ricos que, jugando con la ira y los temores de los ciudadanos, construirán muros en lugar de puentes.

Jesús es la presencia del Padre celestial invisible que celebra con un festín la conversión del pecador. Queda claro además que ser festejado no es cuestión de méritos ni de deméritos, de si uno es el hijo mayor, muy fiel y trabajador desde la primera hora, o el hijo menor, descarriado y perezoso, el último en poner la mano a la obra.

Es decir, el festín se debe solo a la gracia, la bondad y la misericordia del Padre. Creer que somos dignos de ser agasajados con un festín por nuestras obras buenas, y los pecadores marginados no, es dejar de «atribuirlo todo a Dios, de quien procede todo bien», por citar a san Vicente de Paúl (SV.ES XI:232).

Y si creer así no es tratar de reconstruir el muro de separación entre judíos y gentiles, derribado ya por Cristo, es encerrarnos, ciertamente, en una burbuja de vanidad y banquetes. Es examinar a los demás, lo que varía de la enseñanza paulina:

Examínese cada uno a si mismo antes de comer el pan y beber el cáliz.

Señor, concédenos entender y vivir la enseñanza: «La Eucaristía … no es un premio para los perfectos sino … un alimento para los débiles» (EG 47), en vías de justificación.

6 de marzo de 2016
Domingo 4º de Cuaresma (C)
Jos 5, 9a. 10-12; 2 Cor 5, 17-20; Lc 15, 1-3. 11-32

 

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