Gén 37, 3-4. 12-13. 17-28; Sal 104, 16-21; Mt 21, 33-46.
“Finalmente les envió a su hijo…”
El señor plantó una viña, –nos dice Jesús–, la llenó de cuidados y nos la entregó en arrendamiento.
Luego, cuando era el tiempo de la cosecha, envió a sus criados, unos tras otro, para recibir sus intereses. Sus intereses eran nuestro bien y nuestra salvación. Sus criados eran los profetas, eran las Escrituras, eran los gritos de los pobres, eran los testimonios de los mejores. Y a uno tras otro los fuimos menospreciando, desoyendo o maltratando. Entonces el señor de la viña nos envió a su hijo, pensando que lo acogeríamos con respeto. Pero, al ver al hijo, nos dijimos: “Éste es el heredero, matémoslo y nos quedaremos con su herencia”.
Y así se hizo en la historia real con el Hijo de Dios, con Jesucristo. ¿Así lo seguimos haciendo? Un rey bárbaro, cuando oyó por primera vez la Pasión de Jesús, se llenó de de compasión y de ira, y dijo bien alto: Si yo hubiera estado allí, lo hubiera evitado con mi espada o con mi vida. Y alguien, que lo escuchaba, dijo por lo bajo: ¿Y cómo no impides hoy las nuevas crucifixiones de la miseria y la injusticia que hay en tu regio sistema?
Aquel rey no pudo escuchar la siseada pregunta. Tú y yo sí podemos oírla. Somos esa viña mimada por el amor y la misericordia de Dios, nos ha dado hasta a su único Hijo.Ya resucitado, sigue estando en nuestros prójimos. Como los tratamos a ellos, lo tratamos a él. ¿No se cansará de nosotros y de nuestras desidias?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
0 comentarios