Is 58, 1-9; Sal 50, 3-6. 18-19; Mt 9, 14-15.
“¿Acaso han de guardar luto los invitados a la boda?”
Deshacer el nudo de la maldad, liberar a los oprimidos, partir el pan con el hambriento, ¿no es ese el ayuno que quiere el Señor? Así lo afirmamos con la lectura de Isaías. Y este ayuno, solidario y hecho de justicia, se nos pide los lunes igual que los viernes, igual en navidad que en cuaresma.
Por su parte, el texto de hoy de san Mateo reproduce a Marcos 2, 19-20. Jesús se llama a sí mismo “el novio”. (Y son sus palabras, pues a ningún evangelista se le hubiera ocurrido llamarle de esa forma). Y a continuación expresa que sus discípulos están de fiesta, de momento no ayunan (de comida), pues el novio está con ellos. “Día llegará –añade– en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”. Ayunaremos cuando hemos perdido a Jesús por nuestra culpa, y para encontrarlo; cuando nuestra fe es como lámpara que se apaga; cuando necesitamos ensayar nuestra carne a la gracia; cuando sentimos tanto dolor con los pobres y queremos colaborar con ellos; cuando mi comunidad –Iglesia– lo hace y lo recomienda, pues soy miembro suyo, y no un verso suelto; cuando necesito hacerlo intensa oración contra las tentaciones. También Jesús ayunó en el desierto.
Sé de algunas personas que, mientras se celebraba el pasado Sínodo de la Familia, ayunaron bastantes días para pedir la guía del Espíritu para los Padres Sinodales.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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