1 Re 3, 4-13; Sal 118, 9-14; Mc 6, 30-34.
Los apóstoles, cansados y contentos, habían regresado de su primera misión y le contaron a Jesús lo que “habían hecho y enseñado”.
Jesús, tan atento a las necesidades ajenas, les propuso un merecido descanso “solos, en un sitio tranquilo”. Y hacia ese lugar llevaban la barca. La multitud, sin embargo, había intuido su estrategia y “de todas las aldeas fueron corriendo a aquel sitio”.
Lo que era una multitud estorbosa, a Jesús le pareció necesitada, “le dio lástima” y, como si no tuviera otra cosa que hacer, “se puso a enseñarles”. No se escudó en su necesidad, en su realización personal –o la de los suyos- o en su derecho a la privacidad y el descanso. Jesús tiene otra manera de mirar. No gira alrededor de su ego. Primero pensó en el bien de sus discípulos, después en el bien de la multitud.
¿Y nosotros? ¿Qué sucede cuando alguien interrumpe nuestros planes y nos pide ayuda? Y, si se la damos, ¿lo hacemos de corazón y con buen humor?
Como Salomón –en la primera lectura– así le pedimos hoy a Dios: “Concédeme un corazón atento para juzgar… para discernir entre el bien y el mal”, y para realizarlo con buen humor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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