2Sam 7,18-19.24-29; Sal 131; Mc 4, 21-25.
«¿Acaso se trae la lámpara –nos pregunta Jesús– para cubrirla con una vasija de barro o ponerla debajo de la cama? ¿No es para ponerla sobre el candelero?”
Hoy, como ayer, sigue habiendo personas con la luz apagada o sometidos al miedo de iluminar para que no los señalen. Otras temen los cambios y se aferran a las “tradiciones” congeladas y farisaicas. O, a todo más, quieren repintar las fachadas, pero sin transformar por dentro la casa. Y la casa es tu vida, es tu familia, es tu comunidad, es la Iglesia. ¿Miedo a los cambios? ¿Miedo a lo que dirá el mundo? Jesús es el cambio, el que vino a traer fuego a la tierra, no alguna acomplejada desidia.
No podemos ser lámpara apagadas o escondidas. “Todos debemos dejar que los demás nos evangelicen, pero eso no significa que debamos postergar la misión evangelizadora… Todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor… Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin él; eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los demás. Nuestra imperfección no debe ser una excusa” (Papa Francisco, Ev. G.,121).
Una mirada a Jesús y a la Iglesia primitiva puede ayudarnos a reafirmar nuestra identidad y experimentar, junto con los primeros creyentes, la gracia de pertenecer, de permanecer, de anunciar y de participar de este proyecto de vida que es la Iglesia de Jesús, la que continúa al Jesús evangelizador de los pobres.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Vicente Hernández Nolasco, C.M.
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