“Otra parte de la semilla cayó en tierra buena y dio fruto”
2 Sa 7, 4-17; Sal 88; Mc 4, 1-20.
La gente reunida en torno a Jesús era, sobre todo, gente campesina que vivía de la tierra que Dios les había dado. Pero esta tierra estaba ocupada por los romanos y acaparada por los terratenientes, y para mantener el sistema no se ahorraban la dura explotación de los pobres.
El discurso de Jesús, mediante las parábolas, les recuerda, no solo sus orígenes, sino también la soberanía de Dios cuando les saca de la esclavitud para darles una tierra donde fluye leche y miel. La parábola de Jesús potencializa la capacidad de transformar la historia de nuestros hermanos más vulnerables por una historia de relaciones justas y ecuánimes. La transformación es un proceso de cambio que no se detiene y el fruto del cambio es perdurable y seguro, como la semilla que cae en tierra buena, o como la semilla que tiene su tiempo para crecer, desarrollarse, dar frutos y cosecharlos en el tiempo apropiado, o como la semilla de mostaza que, al principio es una simple semilla pequeña (un pequeño cambio) para luego ser un árbol frondoso (cambio estructural).
A partir de esta parábola estamos invitados a sembrar hechos y compromisos que promuevan la transformación de nuestro entorno con mayor claridad, con mayor fuerza, y con mayor vivacidad. No podemos darnos por vencidos, Jesús nos acompaña y nos urge. Ni las piedras, ni las zarzas o malas hierbas, ni la superficialidad podrán detenernos. El sembrador no se desanima, aunque sepa de antemano, que algunas semillas no darán fruto. Sigue sembrado, sigue y sabe que hay tierra buena que espera.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Vicente Hernández Nolasco, C.M.
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