2Sa 1, 1-27; Sal 79; Mc 3, 20-21.
Ahora a Jesús lo etiquetan de poseído. Aparece su familia consanguínea y es responsable de salvaguardar su honor, por eso lo consideran loco, que debe ser llevado a la casa para “componerlo” o “refugiarlo”. Pero Jesús desafía a la familia consanguínea. Ésta tiene dos caminos: formar parte de la familia de Jesús y no seguir los convencionalismos sociales o irse por los preceptos rabínicos y mantener el estatus quo. La opción es durísima.
Jesús en ambos momentos se adelanta: no puede ser un poseso porque el diablo no va a actuar en contra de sí mismo, pues se debilita. Tampoco espera que su familia le crea loco, primero cuestiona otra de las instituciones sagradas del judaísmo: la institución familiar. ¿Quién es mi madre, quiénes son mis hermanos? Los que hacen la voluntad de Dios. Jesús no quiere relaciones de poder, sino de servicio. Quiere una familia de iguales, donde los roles no determinan las relaciones de poder. Su familia quiere llevarlo de nuevo a su seno, y así poder honrarse a sí misma.
¿Cuánto nos cuesta formar una nueva familia?
¿Cuánto nos cuesta asumir que podemos formar más de una familia (consanguínea o por adopción)? Cuando tenemos la voluntad de amar, más allá del sentimiento y la pasión, es posible, junto con otros y otras, tener una nueva familia sanadora y sana, capaz de establecer relaciones de mutualidad y equidad entre mujeres y hombres, donde todas y todos entren y se ayuden.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Vicente Hernández Nolasco, C.M.
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