A más de un lector le pueden parecer extrañas las tres fotografías que ilustran esta columna. Son imágenes coloreadas de hace más de cincuenta años. Imágenes que se tomaron en pleno Concilio Vaticano II.

Estas imágenes históricas nos traen dos noticias. Primera: el 8 de diciembre de este año 2015 se cumplen 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II presidida por Pablo VI. Segunda: a pesar de muchos y variados intentos de poner sordina a la letra y al espíritu del Concilio Vaticano II por parte de grupos y personas dentro de la Iglesia, éste vuelve a ser una realidad ilusionante medio siglo después.

El Papa Francisco ha querido que la apertura del Año Santo de la Misericordia coincida con esta efeméride conciliar. Y, con ello, su intención es muy clara: revitalizar y hacer efectivo el aliento nuevo y refrescante que el Espíritu trajo a la Iglesia por medio del Concilio Vaticano II.

Esta fecha es una ocasión propicia para agradecer lo que aquel acontecimiento eclesial y mundial de hace cincuenta años nos legó. Sobre todo, la conciencia de una Iglesia pobre, para los pobres y encarnada en el submundo de los pobres, y el convencimiento de una Iglesia servidora antes que servida y dialogante antes que condenadora.

Pero es también una fecha para seguir profundizando y redescubriendo las líneas maestras conciliares: la comunión, la misión, la colegialidad, la sinodalidad, la corresponsabilidad de todo el Pueblo de Dios, el protagonismo de los laicos, el ecumenismo…

En la clausura del Concilio Vaticano II, Pablo VI pronunció una frase paradigmática: “La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio”. Este es, precisamente, el camino que hoy nos propone recuperar el Papa Francisco, poniendo la misericordia como clave de bóveda de la Iglesia.

Autor: Celestino Fernández, C.M.
Fuente: Boletín Vicenciano, Congregación de la Misión, provincias de Madrid, Salamanca y Barcelona, nº 3, diciembre de 2015.