1 Jn 1, 5-2, 2; Sal 123; Mt 2, 13-18.
“Yo no tengo pecados, por eso no me confieso”
Hay una frase que a menudo escuchamos en algunas conversaciones entre la gente: “yo no tengo pecados, por eso no me confieso”. A estos se refiere el apóstol san Juan en la primera lectura: “Si decimos que estamos en comunión con él mientras caminamos en tinieblas, somos unos mentirosos y no estamos haciendo la verdad” (Mt 7,11). Por tanto, el primer criterio para saber si estamos en la luz es que nos alejamos del pecado. El que se decide por Dios, no puede seguir entregándose al pecado, porque Dios es la luz y en Él no hay tinieblas.
Todos somos pecadores y necesitamos del perdón de Cristo. Si alguno duda de esto, escuche al mismo Jesús cuando dice: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos” (Mt 7, 11). Así, ni duda cabe. Si decimos que no tenemos pecados, estaríamos llamando a Dios mentiroso. Pero, entonces ¿qué hacer? Confesarnos. Confesar nuestros pecados. Humillarnos ante Dios y pedirle perdón de nuestras faltas, confiados en su bondad infinita. El perdón nos abre más a Dios y nos obliga más a alejarnos del pecado.
Hoy celebramos la fiesta de los santos inocentes, mártires. Marca el inicio de la persecución de Jesús hasta su muerte. Muchos niños fueron masacrados en su lugar. El odio de Herodes condenó a muerte a estos niños inocentes que compartiendo su muerte ya participan también de su gloria. Hoy podemos pensar en tantos inocentes condenados a no nacer y a otros muchos que sufren a causa del egoísmo de los hombres. ¡Cuánto mal hay en nuestro corazón! Debe- ríamos humillarnos y pedir perdón a Dios y no gloriarnos de ser justos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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