“¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”
Cant 2, 8-14; Sal 32; Lc 1, 39-45.
María, después de haber recibido del Ángel el anuncio de ser la madre del Salvador, se puso totalmente en las manos de Dios: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mi tal como has dicho” (v 38). Y no son solo palabras. Cómodo para ella era quedarse a esperar alabanzas por su elección. Sin embargo, pone en práctica su ser de servidora. Movida por el Espíritu Santo, se dirige a la casa de su prima Isabel para ayudarla en su embarazo.
Isabel no recibe en su casa una visita cualquiera, sino la de la predilecta, de la agraciada que aceptó el proyecto de Dios sobre su vida, la llena del Espíritu Santo. Su visita provoca alegría en el corazón de ella y del hijo de sus entrañas, porque María lleva la gran bendición de Dios que se había encarnado en ella. Isabel manifiesta su indignidad ante semejante gracia: “¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor?” (v 43).
Muchas cosas María nos enseña. Hoy podemos quedarnos con dos. La primera es su apertura y disponibilidad absoluta a la acción de Dios en su vida. También nosotros, siguiendo su ejemplo debemos confiarnos a Dios que quiere obrar maravillas en nuestra vida. Pero hay otro aspecto en nosotros que María quiere iluminar: nuestra capacidad de servicio a los demás. María se dirige a nosotros, diciendo: Ten la valentía de actuar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad”…
¿Cuánta alegría podemos dar a los demás?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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