Núm 24, 2-7. 15-17; Sal 24; Mt 21, 23-27.
“No aguanto más”
¡Cómo han pasado los años!, dice la canción. Y así es, cada vez quedo más impresionado con tanta y tanta maldad que hay en nuestro ambiente.
Antes vivíamos como los grandes vecinos, conocidos y amigos; hoy seguimos juntos, pero como extraños, enemigos y encerrados cada uno en su propio mundo. “No aguanto más, la vecina siempre que barre su casa, avienta la basura a mi puerta”. “Los fines de semana los vecinos ponen la música muy alto y se duermen hasta altas horas de la noche”. “Siempre que salgo al mercado las vecinas me dicen muchas cosas”. Gracias a Dios, no todos vivimos así, pero debemos admitir que una gran parte de la gente vive en estas condiciones.
El evangelio nos invita a remediar estas situaciones en nuestra vida, que muchas veces surgen por la falta de conocimiento y valoración de nosotros mismos y de los demás. Nos miramos por lo que tenemos, pero no por lo que somos. Miramos lo exterior de la persona y no entramos en el corazón de ella. Actuando así, nos quedamos cortos y perdemos la oportunidad de descubrir la riqueza de las personas y entablar una buena relación. Así dejamos pasar la vida y perdemos la oportunidad de disfrutarla a causa de nuestros prejuicios.
Algo parecido sucedió con las autoridades judías. Su soberbia e hipocresía los sumergió en su propio mal. No reconocieron a Jesús a causa de sus prejuicios. La ceguera de su corazón los hundió en un abismo. No dejemos que algo semejante siga pasando entre nosotros.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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