Is 48, 17-19; Sal 1; Mt 11, 16-19.
“La Sabiduría de Dios no se equivoca”
San Agustín, convertido al cristianismo, gracias a las lágrimas de su madre santa Mónica, decía: “la medida del amor es el amor mismo”. Así es Dios mismo, nos ama de mil maneras. El problema es que muchas veces no nos damos cuenta. Él nos da de una y otra manera y parece nunca tenernos contentos. ¿Qué nos pasa? Pues nada, simplemente que somos tan superficiales que no logramos descubrir las riquezas que el Padre nos da y siempre le estamos reclamando que no es eso lo que queríamos o que es demasiado poco para nuestro buen comportamiento.
Cuidado, no nos vaya a pasar como el hijo de aquella buena madre que habiendo dado al hijo el regalo que le había pedido, seguía triste y encerrado en su habitación. Al punto que la madre se preguntó: “¿Qué le estará pasando? Le dimos el regalo que tanto soñó desde hace mucho: un órgano. ¿Por qué estará llorando?” Finalmente lograron hacerle salir, tras mucho rogarle e insistirle, después de horas encerrado. Salió triste y cabizbajo. Su madre le preguntó: “¿Por qué estás tan triste? ¿No te han traído los reyes lo que tú pediste?”
El niño respondió: “no, no me trajeron el órgano que tanto soñé. Sólo trajeron una caja rectangular que no sirve para nada. ¡Pero hijo! –exclamó la madre- ¿no has abierto la caja? ¡Es el órgano! Y el hijo continuó llorando con más fuerza. “y por qué lloras ahora, hijo? Por lo tonto que soy”. Respondió él.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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