Is 40, 25-31; Sal 102; Mt 11, 28-30
“¿Puedo ayudarte en algo? Ya no puedo más”
Julia estaba en un banco de la iglesia hecha un mar de lágrimas. Al verla Manuela se acercó a ella y le dijo: “¿puedo ayudarte en algo?” Estoy muy triste, respondió María llorando, pues he ofendido a Dios. He venido a pedirle perdón, pues me he quejado de su voluntad. Llevo 30 años sufriendo dolores fuertes y hoy le dije: “Ya no puedo más”. A ti te fue muy fácil porque sólo sufriste tres horas y eras Dios, pero yo llevo toda una vida crucificada y ya no tengo fuerzas.
Manuela la abrazó fuertemente y el río de lágrimas se hizo aún más grande, pues también Manuela tenía dolores en su cuerpo y en su alma y estaba a punto de explotar. El Señor, al ver aquella escena, se compadeció de ellas, pues Él también sabía de dolores, extendió su mano sobre estas buenas mujeres, enjugó aquel llanto y consoló aquellas almas. Y aunque el dolor no se fue, sí recobraron las fuerzas para seguir sufriendo y esperando.
Esta historia se repite en la vida de cada uno. Cuántas veces nos revelamos ante el dolor. “¿por qué Señor a mí y no a los otros? Si yo soy muy bueno contigo, cumplo lo que me pides, ayudo a los demás y voy a misa todos los domingos. La cruz y el dolor son parte de nuestra vida, son el pan nuestro de cada día. Hay que aprender a saber llevar la cruz. En cada cruz es bueno abandonarse en las manos de Dios. No olvidemos el gesto de san Juan Diego que puso en las manos de Dios la enfermedad y el dolor de su tío.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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