Is 35, 1-10; Sal 84; Lc 5, 17-26.
“¡Hoy hemos visto cosas increíbles!”
Una tarde una estudiante universitaria, cuyo novio estaba fuera trabajando, tomó el carro y salió por un rato. En el camino conoció a otra chica que, haciendo señal con la mano, pedía un aventón. Se detuvo y permitió que subiera la joven.
Mientras hablaban, la joven le reveló que apenas había terminado con el que había sido su novio desde hacía tres años; se sentía inconsolable y, por consiguiente había perdido las ganas de vivir. La universitaria sugirió cenar juntas en un restaurante, se hicieron muy amigas, bromearon, rieron, se dieron los números telefónicos y prometieron verse de nuevo la tarde siguiente.
Al regresar a casa, la universitaria escuchó sonar el teléfono, lo levantó y, para su gran sorpresa, escucho la voz de la chica que acababa de dejar en casa… “Bajo el asiento de tu carro, dejé una bolsa de plástico llena de pastillas para dormir. Quería tragármelas para suicidarme. Has salvado mi vida…”
¡Cuánto amor tenían aquellos hombres por el paralítico y cuánta fe en Jesús que hicieron todo lo posible para ponerlo delante de él, buscando su salvación! Y tú y yo ¿Qué hacemos para acercar a Jesús a tantos hermanos que necesitan ser curados y viven en la soledad, la angustia y la ignorancia; viven en la duda y ya no esperan nada de esta vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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