Baruc 5, 1-9, Salmo 125, Filipenses 1, 4-6. 8-11, Lucas 3, 1-6
«Desde que Dios empieza a dar sus gracias a una criatura, no deja de continuar sus beneficios sobre ella hasta el final, a no ser que se haga indigna» (SVdeP III, 18).
Dios se manifiesta a través de signos de esperanza que devuelven la vida al pueblo. Los profetas, no sólo denuncian el pecado, la maldad y la injusticia del pueblo o de sus gobernadores u opresores, sino que anuncian buenas noticias de salvación y liberación. Este es el sentido de las lecturas de este domingo segundo de Adviento.
Baruc, anuncia al pueblo desterrado el retorno a su tierra. Salieron bajo el yugo de la aflicción y la opresión, pero ahora regresarán llenos de gloria, acompañados por la justicia de Dios. Él será su protector, su compañía y su seguridad. Será el garante de su libertad, ahora nuevamente en tierra propia.
El Salmo 125 canta también la gesta libertadora conducida por el mismo Dios. La grandeza de Dios, es la alegría del pueblo. El destierro estuvo marcado por lágrimas y dolor. Pero ahora, el retorno esta lleno de alegría, risas, cantares, gozo, abundancia. El salmista visibiliza estos dos momentos: marcha forzada al exilio, que devuelve el gozo, la alegría y la esperanza.
Pablo expresa el gran amor que tiene por los hermanos de la comunidad de Filipos. Su gratitud la expresa por medio de la oración por ellos, para que cada día vayan creciendo en profundidad y compromiso con el Evangelio de Jesús. Y el motivo de su gratitud es que ellos han sido siempre sus colaboradores eficaces en la obra de la evangelización. Se percibe claramente la predilección de Pablo por esta comunidad, causada por la entereza y madurez de la misma.
Lucas, en el Evangelio, tiene cuidado de ubicar históricamente el acontecimiento del anuncio del Reinado de Dios. Así lo hace cuando va a narrar el nacimiento de Jesús. En este pasaje comienza ubicando la fecha y el lugar del ministerio de Juan Bautista. Luego dirige la atención al mensaje central del Bautista: Preparar el camino del Señor. Invita a un bautismo de conversión, como preparación para el gran acontecimiento de Dios: La irrupción del Reinado de Dios, que acontecerá en la persona de Jesús. Dios va a irrumpir en la historia dominada por las ambiciones imperiales, monárquicas de Roma y de la aristocracia de Jerusalén. Dios va a transformar el corazón del ser humano y a inaugurar una nueva era fundamentada en la justicia, la paz y la fraternidad. Nuestro contexto histórico, social y cultural necesita con urgencia “voces que griten en el desierto” y que inviten con insistencia a la conversión personal y colectiva. Quizá seamos nosotros, consagrados como profetas en el Bautismo y comprometidos en nuestra misión evangelizadora por medio de la caridad, quienes tangamos que asumir la misión para animar la esperanza e invitar a la conversión de las personas y de la sociedad; principalmente, en este tiempo de Adviento, que no es tiempo de opresión o de esclavitud, sino de liberación y alegría en el Señor que viene. Porque Adviento, es la invitación que la Iglesia nos hace, para recorrer caminos diferentes a los que recorre el mundo hedonista y materialista; para nosotros ha de ser transitar por el único Camino que conduce al Padre y que da plenitud a nuestra vida de cristianos.
El nacimiento del Mesías, no puede sorprendernos con las manos vacías, no puede encontrarnos llevando una vida estéril o, en el peor de los casos una vida manchada por la injusticia, la corrupción o bien indiferente a las necesidades de los menos afortunados.
«Conformarse en todas las cosas con la voluntad de Dios y poner en ella todo nuestro afecto, es vivir en la tierra una vida de ángeles; más aún, es vivir la vida de Jesucristo…» (SVdeP III, 33).
Fuente: http://ssvp.es
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