Is 11, 1-10; Sal 71; Lc 10, 21-24.
“¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!”
La oración marca la vida de Jesús. Vive en intima comunión con su Padre. La de hoy es un claro ejemplo: reconoce y alaba a su Padre por actuar en favor de los humildes y sencillos, y se alegra de ser así. “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu voluntad” (v 21) En su oración Jesús manifiesta su comunión con la decisión del Padre que abre sus misterios a quien tiene un corazón sencillo. Dios no usa el camino de los cultos y poderosos para darse a conocer. No son los grandes los que poseen los conocimientos ni quienes los transmiten a la gente más sencilla; es Dios mismo quien los comunica directamente a los pequeños. Esta es la voluntad del Padre y el Hijo la comparte con gozo.
El Padre se revela a través del Hijo que lo conoce porque vive en comunión con Él, comparte su ser. “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (v 22). El verdadero conocimiento de Dios presupone la comunión con Él. Sólo puedo conocer a Dios si tengo un contacto verdadero, si estoy en comunión con Él.
Dios se da a conocer a los pequeños, es decir, a los que acogen su palabra y se abren al don de la fe. Debemos tener el corazón de los pequeños para reconocer que necesitamos de Dios. La oración nos abre a recibir el don de Dios, que es Jesús mismo para cumplir la voluntad del Padre en nuestra vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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