1 Mc 4, 36-37; 52-59; Sal: 1 Cro 29; Lc 19, 45-48.
«… y se puso a echar a los mercaderes»
Me admira Jesús en este acto poético y religioso de tirar las mesas de los cambistas y echar a los mercaderes del Templo. Pero, antes de eso, me admira aún más que de la carpintería de Nazaret saliera una personalidad capaz de imaginarse esto y de ponerlo en práctica. Las obras externas hablan del hombre interior que las lleva a cabo. Y Jesús no era un loco o un iluso. Igual que cuando se puso a caminar sobre las aguas, también aquí Jesús se sale del sistema. No se queda en el bote de las personales y miedosas seguridades, y no busca intereses o alguna clase de poder. Es revelación del Dios que es amor universal y que no se deja enjaular por los mercaderes del sistema.
Pero no quisiera quedarme en la externa admiración. Jesús no rehúsa el conflicto, aunque sabe que tendrá que pagar por él un alto precio. No se echa para atrás, porque el amor lo guía. Y el amor es exigente como un celo devorador. Por eso le pido que me deje acompañarlo al templo que soy y lo purifique y trastorne y arroje los mercaderes y cambistas que lo habitan. Que me contagie de sí mismo. Mis mercaderes negocian entre el Sí y el No para justificar la tibieza o los recortes de la cruz o las asimilaciones que el mundo aplaude.
No quiero ser de este tiempo o del otro; quiero ser del tiempo que es Jesucristo: el más nuevo y vivo, el más amoroso. Ese incendio le pido.mí. “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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