Ez 47, 1-2. 8-9. 12; Sal 45; Jn 2, 13-22.
“Él se refería al santuario de su cuerpo”
Un futuro distinto es posible, pero hay que inocularlo en uno mismo y en los demás. ¿Cómo quedarnos tranquilos sin contagiarnos de ese virus amoroso, veraz y hambriento de cambios? Y un aspecto de esa mudanza consiste en barrer las escaleras. Pero éstas se barren de arriba hacia abajo, no al revés. Jesús así lo hizo, comenzando por el Templo, como nos lo dice el evangelio de hoy.
La sociedad en la que habitamos necesita de estos barridos, y también la Iglesia y sus comunidades los necesitan. ¿Y tú y yo no los necesitamos? El pasado abril decía el cardenal guineano Robert Sarah que “mientras los cristianos están muriendo por su fidelidad a Jesús, en Occidente algunos hombres de Iglesia debaten para reducir al mínimo las exigencias del Evangelio”. Los mercaderes –con sus ovejas y bueyes y monedas y palomas y colonizaciones– quieren chuparnos el alma. Y el odio o la desgana nos pasarían a su campo. No los odies, pero ¿no podremos expulsarlos del templo que somos?
El látigo de Jesús es de misericordia y nos quiere limpios, para nuestro bien y para el de los demás.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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