1 Re 17, 10-16; Sal 145; Hebr 9, 24-28; Mc, 12-38-44.
Dos viudas pobres aparecen hoy en el texto de la primera lectura y en el del evangelio. Dos mujeres menesterosas que no dieron desde la abundancia, sino desde su propia indigencia. La primera le dio su pan al hambriento Elías; la segunda echó en las alcancías todo lo que tenía… ¿Qué sería de este mundo sin los enamorados del amor, los locos que dan gratis, los que despilfarran a favor de los demás lo que ellos necesitan? Los tontos –que se creen listos- no lo entienden, y les llaman tontos; mas Jesús de Nazaret aplaude a esta silenciosa viuda que entregó –un leptón y el otro– las dos moneditas que tenía para vivir.
Recuerdo a aquella anciana que, en las calles del Este de Los Ángeles, recogía papeles para venderlos y ayudar a los más pobres. No tenía bienes, sólo tenía su amor y sus manos y su andar dificultoso. Me tocó después estar en su funeral. Sólo supe decir que, desde el cielo, nos perdonara de tantas excusas y de tan escaso amor. ¿De qué otra manera pueden los enanos hablar de los gigantes? Sólo avergonzados, pidiendo perdón y luchando por cambiar. Y dándole gracias a Dios por el regalo de estos ejemplos del amor sin cálculos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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