Rom 12, 5-16; Sal 130; Lc 14, 15-24.
“Y todos comenzaron a excusarse…”
“En Navidad conseguí un Nuevo Testamento en griego: cada mañana, cuando termino la limpieza de mi celda y acabo de lustrar mis utensilios, leo una parte de los Evangelios…Es una manera deliciosa de comenzar el día”, así lo confesaba el encarcelado y famoso Oscar Wilde a principios de 1897 desde el presidio de Reading. ¿Qué excusa tendríamos nosotros para perdernos esa “manera deliciosa de comenzar el día”?
Sobre las excusas nos habla el evangelio de hoy. Un hombre daba un banquete e invitó a mucha gente, pero todos comenzaron a excusarse… “Sal a las plazas –le dijo a su sirviente– y trae a pobres, mancos, ciegos y cojos… Les aseguro que ninguno de aquellos (primeros) invitados probará mi banquete”. “Tarde te amé”, se dolía san Agustín; y tú y yo, ¿seguiremos alegando escusas para entregarnos de una vez a quién más nos ama? Con tanta prórroga, podríamos no oír ya al que sigue llamando a nuestra puerta.
Y lo mismo si se trata de arreglar una cañería que gotea, de participar en reuniones de formación en la fe, de resanar los problemas familiares, de abandonar un vicio o una manía, de colaborar con los pobres y su defensa, de abrirle la vida a Jesucristo… “mañana le abriremos, respondía / para lo mismo responder mañana”. Y, mientras, el Padre nos espera y nos urge al banquete de su Hijo. Y ya es la hora del gran Sí.
¡Dame, Señor, esta gracia de las gracias!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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