Rom 9,1-5; Sal 147; Lc 14,1-6.
«Ellos no supieron qué responderle»
Jesús supo ver en el enfermo del evangelio de hoy la imagen de Dios, su Padre, y un hermano suyo.
¿Cómo no iba a curarlo, aunque fuera sábado? Mayor razón, pues el sábado era fiesta sagrada del Dios de la vida. Cuidar la vida de los necesitados –y la propia– está por encima de todas las leyes humanas, pues ésa es la voluntad de Dios. El Señor Jesús es el Señor de la vida y también del sábado.
En mi vida ¿Él es el Señor?
Mis actitudes, ¿muestran que tengo a Jesucristo como mi centro y mi Señor?
El lenguaje qué sale de mi boca: ¿Son palabras de crecimiento para el otro o de crítica? ¿De maldición o de bendición?
En mi hogar: ¿qué lugar ocupa Jesucristo? ¿Lo tengo a Él? ¿Hay algún signo que refleje y alimente lo que vivo en mi interior? ¿Cuál?
Comparto esto que escribe el Papa Francisco:
“Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo” (Sof 3, 17). Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: “Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien… no te prives de pasar un buen día” (Sir 14, 11.14) ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras! (E.G., 4).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
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