Rom 4, 19-25; Sal: Lc 1; Lc 12, 13-21.
“…por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!”
La parábola del evangelio de hoy nos habla de un rico ensimismado. Sólo piensa en sí y en sus bienes. No se relaciona, no hace referencia a nadie, es un autista poseído por su avaricia. ¿Lo pobres? No están en su horizonte. ¿Sus trabajadores? Son herramientas; no cuentan. Es el perfecto retrato de quien no podrá escuchar ninguna pregunta, pues está obsesionado consigo mismo como una más de sus propiedades.
¿Dios? Por favor, no lo distraigas con nombres que, si las oyera, le sonarían más lejanas que la galaxia Andrómeda.
“Descansa, come, bebe, banquetea”, se dijo a sí mismo. Y, esa misma noche, ¡se le acabó la respiración! Y Jesús dice al final de su parábola: “Así es el que atesora riquezas para sí y no se enriquece en relación con Dios”.
El problema del predicador de la comunidad, como tu problema o el mío, sería leer esta parábola para los demás, “para los ricos”. (Eso han de hacerlo ellos, si pueden escuchar). La parábola es igualmente para ti y para mí, para nuestro ensimismamiento o nuestras avaricias y lejanías de los necesitados. Ese “rico autista” también soy yo. Y Jesús me pide, para mi bien, que deje de serlo…
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
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