Misioneros de la misericordia

por | Oct 18, 2015 | Reflexiones | 0 Comentarios

Este domingo la Iglesia celebra el día del Domund, el día de la Iglesia misionera. Que esta ocasión nos anime a todos los Vicencianos a seguir los pasos del Cristo evangelizador de los pobres.

Ofrecemos una muy interesante reflexión de José Cervantes, sacerdote misionero en Bolivia:

DOMUND2015

El testimonio público de la fe expresa la identidad misionera de la Iglesia en todos sus miembros. Esto es lo que celebramos en el día del Domund y lo que la carta a los Hebreos resalta al invitarnos a mantenernos firmes en la profesión de la fe (Heb 4,14). Varios motivos eclesiales se dan cita además este año en la celebración de esta Jornada Mundial de las Misiones (Domund 2015): la celebración del Sínodo de los Obispos en Roma sobre familia, el 50º aniversario del documento misionero «Ad Gentes» del Concilio Vaticano II y la próxima apertura del año de la misericordia, convocado por el papa Francisco a través de la carta Misericordiae Vultus. Por ello la Iglesia católica nos ofrece el lema «Misioneros de la misericordia» para avivar la conciencia misionera de toda la Iglesia en este día y pretende promover en las comunidades cristianas el crecimiento de la fe, centrada en la experiencia de la misericordia de Dios en Cristo hacia toda persona humana y en el ejercicio de la misericordia con toda persona humana necesitada, especialmente con los descartados y marginados, con los pobres y con los que sufren. También pretende la Iglesia implicar a todos sus miembros en la oración, en el sacrificio y en la cooperación económica por las misiones.

Y es que la Iglesia es, por su naturaleza, misionera, tal como afirman los documentos conciliares (AG 2; LG 8,13,17,23) y según han ratificado todos los papas posconciliares, por ej., Benedicto XVI en la exhortación apostólica Verbum Domini, 92: «La misión es una dimensión esencial de la identidad de la Iglesia que se debe hacer patente en todas las estructuras y actividades de la parroquia». La misionariedad de la Iglesia se proyecta sobre tierra firme y por eso el papa Francisco orienta su mirada a las diversas realidades de nuestro mundo actual como espacios donde la palabra del Evangelio puede ser regeneradora de una nueva vida, personal y social. En el centro de su mensaje del Domund de este año, Francisco recuerda que los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico son los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen cómo pagarte (cf. Lc 14,13-14). La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer: «Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos» (Evangelii gaudium, 48).

Ésta es una buena ocasión para agradecer a Dios la ingente actividad evangelizadora de la Iglesia en el mundo, desarrollada particularmente por todos los misioneros y misioneras, laicos, religiosos y sacerdotes, que dedican por entero su vida a la misma causa de Jesús de Nazaret, trabajando con la fuerza del Espíritu especialmente en los países pobres y en lugares recónditos de la tierra. Ellos son el testimonio más patente de la dimensión misionera de todo cristiano, que desde el bautismo se convierte en testigo comprometido de la fe y del amor de Dios. Por ello, en Latinoamérica se ha asumido, desde la Asamblea de Aparecida, el estado de misión permanente de la Iglesia. Sin embargo, las situaciones sociales y políticas y las circunstancias generalmente adversas en que se desarrolla la acción misionera específica en las regiones sumidas en la miseria atroz de la pobreza, pueden suscitar hoy la toma de conciencia y de compromiso personal ante los graves problemas que afectan a nuestro mundo así como la solidaridad y el apoyo, espiritual y material, a los misioneros, de parte de las gentes de buen corazón y de los creyentes que habitan en cualquier parte del mundo.

El Evangelio de hoy proclama como mensaje misionero para hacer presente a Dios en el mundo actual una palabra realmente sorprendente, pues Jesús vuelve a reiterar la enseñanza capital de su mensaje: el que quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos (Mc 10,35-45). Ésta es la instrucción que enmarca las directrices de la misión de los discípulos. Tal como había dicho Jesús en Mc 9,35, ahora, ante la incomprensión absoluta por parte de los discípulos, Santiago y Juan, vuelve a insistir en el mismo mensaje pero añadiendo una palabra sobre el Hijo del Hombre que alude a él mismo. Él se presenta como el Hijo del Hombre, servidor de todos, que da la vida en rescate por todos. Y por eso insta a sus discípulos a que cambien de mentalidad y de criterios. En el evangelio Jesús crítica la actitud de los que gobiernan como déspotas y opresores y enseña a sus discípulos que la actitud que conduce al Reino de Dios y su justicia es la de ser servidores de los otros y particularmente de los últimos.

Como discípulos de Cristo y misioneros del Evangelio la interpelación de Cristo nos permite preguntarnos si en nuestra vivencia de la fe aspiramos a servirnos de los demás y de Dios o a servir a los demás con la humildad que supone considerar superiores a los otros. La confrontación directa con Santiago y Juan muestra que, a estas alturas de la trama del evangelio de Marcos, los discípulos no habían entendido nada del camino propuesto por Jesús. Ellos aspiraban al poder y a la gloria y estaban dispuestos a instrumentalizar al mismísimo Jesús para conseguir su objetivo: «queremos que hagas lo que te pidamos». Querían servirse de Jesús para conseguir el mejor puesto y una buena colocación junto a él. Jesús los confronta con su ignorancia y su atrevimiento. Los remite al seguimiento radical que pasa por el trago, el verdadero cáliz, de estar dispuestos a entregar la vida y sacrificarse siempre por los demás, como hace el siervo sufriente, de Is 53,10-11. Marcos incorpora un dicho que explica en qué consiste «beber el cáliz» que Jesús va a beber y repite hasta seis veces un término relativo al «bautismo». Bautizarse no hace referencia solamente al bautismo ritual sino que significa sumergirse, bañarse y empaparse de la misma vida de Jesús, cuyo destino de entrega, pasión y muerte acababa de anunciarles por tercera vez (Mc 10,32-34). La incomprensión de los discípulos se hace evidente.

Por eso Jesús acaba corrigiendo su actitud poniendo de relieve cuáles son los criterios habituales que imperan en nuestra sociedad especialmente entre los considerados los primeros del mundo, los magnates económicos y los dirigentes de las naciones, los que tienen el poder económico y el poder político. Marcos y Mateo emplean dos verbos muy fuertes e inusuales en el Nuevo Testamento para indicarnos que los poderosos explotan y tiranizan a los pueblos. Y Jesús expone abiertamente cuál es la nueva relación que se ha de establecer entre los suyos, una relación caracterizada por el servicio y la entrega generosa. Esta palabra del servicio a todos, empezando por los últimos, es decir, a los millones de pobres del mundo, frente a cualquier aspiración de dominio y de poder, es el mensaje de Jesús que la Iglesia anuncia hoy como palabra capaz de transformar el mundo, como testimonio de la fe en medio de la gran crisis y de todas las crisis.

Frente a la dinámica del sistema de tiranía y explotación de las gentes por parte de los dirigentes y magnates del mundo, Jesús aporta una palabra la esperanza para todos los pueblos y particularmente para los últimos: El servicio a los demás, como actuación permanente, y la entrega de la vida, como horizonte ideal, constituyen el camino de liberación de la humanidad. En los misioneros de la Iglesia esa misma palabra se hace carne viva y todos ellos, sin escatimar sacrificio ni entrega, sino volcándose en el servicio a los pobres y a los que sufren, con un corazón misericordioso, siguen transmitiendo consuelo y esperanza a los más pobres de la tierra. Ellos proclaman la misericordia de Dios a tiempo y a destiempo con su palabra y con su vida. Ellos son testigos del Evangelio de la misericordia y de la alegría, sirviendo a los últimos del mundo y haciéndose ellos mismos los últimos en el silencio de la entrega y en las periferias geográficas y existenciales del mundo. En el día del Domund la Iglesia pide todo tipo de apoyo para los misioneros de la fe y para sus proyectos evangelizadores y transformadores de las realidades de sufrimiento a las que entregan la vida.

Autor: José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura

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