Rom 4, 1-8; Sal 31; Lc 12, 1-7.
«No tengan miedo».
En el evangelio, Jesús se dirige a la gente y a los discípulos llamándolos “mis amigos”. Quien sigue a Jesús tiene al mejor amigo, el que sabe de nuestras miserias, dudas y pecados y sigue siendo nuestro amigo. Por eso, “¡no tengan miedo!”. Él ha vencido al mundo, al mal y al malo y, con él, toda cruz tendrá sentido y resurrección.
Podrás –como él- ser perseguido, pero, aún en esos días, él estará contigo. Él, por su Espíritu, nos da una libertad nueva. Los primeros discípulos igual que los mártires de hoy demostraron que nadie podía chantajearlos con la muerte. Eran y son la gente libre y fuerte que no se somete por miedo a la muerte. Personas así son peligrosas y los sistemas mundanos lo saben, por eso los perseguían y persiguen. “No teman a los que matan el cuerpo y después de eso no pueden hacer más”. Sólo tenemos un miedo razonable: el miedo a perder a este amigo, el miedo al engaño del pecado que nos separa de quien es la Vida, ahora y para siempre.
…Hagamos unos minutos de silencio interior y exterior, pidamos al Padre nos envíe el Espíritu de su Hijo, que ilumine nuestra mente y corazón, que nos dé una fe como la de Abrahán, como la de Pablo, como la de los mártires y la de los pobres… esos que se fían de Dios lo mismo si hay buenas cosechas como si llegan las plagas…
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
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