Rom 1, 1-7; Sal 97; Lc 11, 29-32.
“Aquí hay alguien mayor que Jonás”
Cuando era muy joven, en algún grupo parroquial, escuché a un sacerdote decir que mucha gente que apenas se acercaba, pedía al Señor un milagro, una señal para creer en Él. Algunos recibían favores o sanaciones y luego no regresaban y se olvidaban de dar gracias. Otros, en cambio, se acercaban, permanecían, iban conociendo al Señor y experimentaban que el amor a Dios se vive amando y sirviendo a los demás. Sus vidas cambiaban, se sabían amados y amaban.
En la lectura de la Carta a los Romanos, se nos habla de la nueva identidad de Pablo. Ya no es el joven fariseo apoyado en la ley, en sus méritos y en sus ideas y cumplimientos. Todo eso lo ha dejado como una vestidura vieja e inservible. Su encuentro con el Señor Jesús le ha dado una vida nueva. Ahora es “su servidor”, “llamado a ser apóstol”, “elegido para anunciar la Buena Noticia”, no se apoya en sí mismo, sino en quien lo llamó, y tiene ansias –al precio que sea– de que todos conozcan el amor incondicional de Dios. Y su alegría se agranda cuando otros muchos se dejan encontrar por quien más nos busca.
Como lo dice el Papa Francisco: “LA ALEGRIA DEL EVANGELIO –E.G., 1–, llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. ¡Que ésta sea nuestra alegría!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
0 comentarios