Jl 4, 12-21; Sal 96; Lc 11, 27-28.
“¡Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”
El texto del Evangelio –tan breve– nos narra dos hechos: la pública alabanza a Jesús de una mujer de entre la multitud, y la respuesta de Jesús. En cualquier caso, y antes que los expertos nos hablen de excesivas distinciones, me encantaría ser esa sencilla mujer que alza su voz para alabar al carpintero de Nazaret. “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amantaron”. ¡Dichosos! Porque, por el fruto, adivinamos la tierra en que creció. Y esa hermosa tierra se llama María.
La respuesta de Jesús acoge la alabanza de la mujer y la eleva a otra dimensión: ¡Dichos, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la hacen vida! María es dichosa, sobre todo, por haber acogido la Palabra y vivirla: “Hágase en mí según tu Palabra”. Y, con ella, son igualmente dichosos los que hacen como ella. “La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir… No llevar a la realidad la Palabra, –nos dice el Papa Francisco– es edificar sobre arena”.
También nosotros, Señor, queremos ser dichosos; queremos acoger y vivir la Palabra que tú eres.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
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