Jon 4, 1-11; Sal 85; Lc 11, 1-4.
«Señor, enséñanos a orar»
Continuamos en el empeño de estar con el Señor, y para ello Lucas, en ese texto, nos muestra la oración del Padre Nuestro. No es una fórmula, sino un programa de vida, un camino a lo largo de nuestros días, que tendrá que ver con nuestra relación con Dios y con la relación con nuestros hermanos.
Santificar el nombre de Dios, pedir y poner nuestra parte para que el Reino se propague a los demás, con nuestras obras y nuestras actitudes. Y abrirnos a su pan, el pan del sudor fecundo y el alimento de su cuerpo en la Eucaristía. Confesar que necesitamos ser perdonados de nuestras ofensas y del bien que dejamos de hacer, y compartir el perdón, disponer nuestro corazón a saber perdonar. Pero, como en todo somos tentados, Jesús no se olvida de advertirnos que roguemos para no caer en la tentación. Velar y estar alerta ante las insidias del malo. Como decía el Padre Ignacio Larrañaga, que Jesús esté en nuestro corazón como un portero listo para atajar cualquier reacción de violencia o egoísmo contra los otros.
Si Jesucristo está vivo en mi corazón, surgirán en mí sus reacciones y no mis excusas o mis egoísmos.
La rama que soy dará frutos con la savia del Árbol.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
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