Gen 2, 18-24; Sal 127; Heb 2, 8-11; Mc 10, 2-16.
“El reino de Dios pertenece a los que son como ellos”
¿Para quién es el Reino? “El que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”, nos dice Jesús. La puerta es pequeña, no caben las jirafas ni los dromedarios, sólo los niños. Inclinarse, confiar, aceptar el don, saber que “sin mí nada pueden hacer” (Jn 15, 5). Es un eficaz programa para desestabilizar el más presuntuoso ego. ¿No lo necesitamos?
“Dejen que se acerquen a mí; no se lo impidan”. Nos cuesta entender que lo que Jesús quiere es que nos acerquemos a él y le acerquemos a la gente. Ahora bien ¿qué me impide o qué nos impide acercarnos a Jesús? ¿Con mi actitud le he acercado a alguien? ¿qué formas de pensar me alejan de Él? ¿qué experiencias vividas han influido para esto? ¿podré disponer mi corazón como el de un niño?
¡Permítete acogerte, Señor, con alegría y sencillez, como aquellos niños, y bendíceme como a ellos!
En la carta a los Hebreos se nos recuerda que Jesús “no se avergüenza de llamarnos hermanos”. ¡Qué privilegio, soy hermana, hermano de Jesucristo!
Acerquémonos, pues, con confianza a aquel que ha experimentado la alegría, la entrega y el dolor por nosotros y que camina delante de nosotros como nuestro Hermano mayor, porque nos comprende y nos acompaña en nuestro camino, dándonos la paz y la fortaleza que solo Él puede dar.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
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