Federico Ozanam: universitario en París (1831-1836)

por | Oct 3, 2015 | Santoral de la Familia Vicenciana | 0 Comentarios

Tomado de la introducción de la obra Correspondencia de Federico Ozanam. Tomo I. Cartas de juventud (1819-1840), con permiso del autor.

correspondencia-ozanan-tomo-1-renderFederico, igual que varios miles de estudiantes franceses de provincias[1], se traslada a París para realizar sus estudios en las prestigiosas facultades de la capital. Parte de Lyon el 2 de noviembre de 1831 y llega a París tres días más tarde. Habían pasado apenas 15 meses desde que la Revolución de julio de 1830 derrocara a Carlos X y llevara al trono al último rey de Francia, Luis Felipe I. Durante las tres violentas jornadas de la Revolución, el pueblo parisino se echó a las calles y, con el apoyo de la Guardia Nacional, derrotó al ejército real. Se produjeron numerosos actos violentos y anticlericales. A consecuencia de esta Revolución, se aprobó una nueva Constitución que reconoció la soberanía nacional: el rey ya no lo era por derecho divino, sino por voluntad de los franceses. Igualmente, la Cámara de los Pares dejó de ser hereditaria y perdió importancia, en favor de la Cámara de Diputados.

Federico, como casi todos los estudiantes universitarios de su tiempo que provenían de la clase media o de la burguesía, depende económicamente de la ayuda paterna. En varias cartas a su padre podemos encontrar minuciosas rendiciones de cuentas, así como solicitudes de dinero para cubrir sus gastos. No obstante, Federico contribuyó también a su mantenimiento escribiendo artículos en varios periódicos y revistas, entre ellos en Revue européene y en l’Université catholique; incluso recibe una cuantiosa oferta económica para colaborar en un periódico diario, que rechazará por no tener tiempo suficiente para atenderla[2].

A pesar de su vocación literaria, su padre insiste en que estudie Derecho. Las universidades de Derecho de provincias, como la de Dijon o Grenoble, no tenían la fama de las de París e, incluso, eran tratadas con cierto desdén; el mismo Federico comenta a sus padres que, en aquellas, «no se hacía gran cosa»[3]. Además, el estudio en las universidades parisinas facilitaba la toma de contacto con las élites de la sociedad francesa[4]. Federico, sin embargo, no aparca sus sueños literarios: a la vez que estudia leyes, se matricula en algunos cursos de Literatura en la Sorbona.

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El ambiente social no es favorable a la religión[5] cuando Federico llega a París: se siente solo, confuso y desorientado en medio de semejante ambiente, tan distinto del que había vivido en su entorno familiar en Lyon. Federico escribe a su madre, el 7 de noviembre de 1831:

Ahora que me encuentro solo, sin distracciones, sin consuelo exterior, empiezo a sentir toda la tristeza y el vacío de mi situación. Yo, tan acostumbrado a las charlas familiares, que encontraba tanto placer y dulzura al ver todos los días reunidos a mi alrededor a los seres queridos, que tanto necesitaba consejos y estímulo, me encuentro lanzado, sin apoyo, sin lugar de reunión, a esta capital del egoísmo, a este torbellino de pasiones y de errores humanos[6].

En parecidos términos se dirige a su primo Falconnet:

¿Me crees feliz? ¡Oh!, no lo soy, pues siento dentro de mí una soledad inmensa, un gran malestar. Separado de mi familia, siento en mí no sé qué de infantil que necesita vivir en el hogar doméstico, a la sombra del padre y de la madre, algo de indecible delicadeza que el aire de la capital marchita. Y París no me gusta, porque aquí no hay vida, ni fe, ni amor; es como un gran cadáver al cual me siento atado, muy joven y lleno de vida, y cuya frialdad me hiela y cuya corrupción me mata[7].

Además, no se siente cómodo en la pensión de la señora Lecomte, donde se instaló nada más llegar a París, situada cerca del Jardin des Plantes, en las afueras del barrio latino. La señora Ozanam había delegado en un viejo amigo la búsqueda de una tranquila casa de huéspedes, donde su hijo estuviese cómodo y pudiese relacionarse amigablemente por las tardes[8]. La elección de su amigo probó ser desafortunada, como ahora sabemos por la carta que Federico escribió a su madre el 7 de noviembre de 1831, en la que Federico se queja del ambiente relajado de la pensión y de su lejanía de la facultad y las bibliotecas, y termina la carta pidiendo a sus padres que consideren un cambio de alojamiento:

Usted me dirá qué piensa de todo esto, y también qué piensa mi padre. Si, por casualidad, ustedes creen oportuno que me cambie de alojamiento, no me faltarán ocasiones[9].

Y así fue. Tres días después de escribir esta carta a su madre, visita a André-Marie Ampère, celebérrimo científico lionés y declarado católico, que residía en París desde 1804. Providencialmente, el señor Ampère tenía libre la habitación de su hijo Jean-Jacques que, debido a un prolongado viaje de estudios, había dejado el hogar paterno; después de una cordial conversación, le ofrece dicha habitación a Federico, quien, sin poder ocultar su entusiasmo, no tarda en escribir a su padre para solicitar su permiso y trasladarse a casa del señor Ampère[10].

Así, pocos días después, Federico se traslada a casa de Ampère, donde viviría durante 18 meses, hasta la primavera de 1833[11]. La estancia con el señor Ampère fue, en muchos aspectos, de gran provecho para Federico:

[André-Marie Ampère] sintió enseguida un paternal afecto hacia su joven invitado, y profesó […] ese generoso tributo de admiración que solo saben prestar los que son verdaderamente grandes. Nada le gustaba más que llamar a Federico a su estudio y conversar con él durante horas, sobre filosofía y ciencia. Con frecuencia, solicitaba su asistencia en su trabajo, y aún se conservan largos tratados de materias científicas escritos, mano a mano, por los dos. Incluso después de que Federico le dejase, cuando regresó su hijo de Alemania, el señor Ampère constantemente solicitaba su ayuda en algún trabajo urgente y dificultoso. […] El ejemplo de la fe fuerte y sencilla del anciano fue una lección constante para Federico, y, con frecuencia, un gran apoyo. Su propia fe era sólida y ferviente, pero no evitaba los periodos de desaliento y hundimiento emocional que son consistentes con la más firme convicción intelectual[12].

Durante sus años de estudiante en París, Federico contacta con otros miembros de la colonia lionesa en París: no solo amigos, también parientes de su padre y miembros del clero lionés.

Al mismo tiempo, Ozanam entra en contacto con muchos eruditos de su época. Poco después de su llegada a París, visita a Chateaubriand[13], a quien Federico admiraba profundamente: la obra apologética El genio del cristianismo, de Chateaubriand, le había producido una gran impresión, pues en ella veía reflejado su propio punto de vista sobre la gran contribución que a la civilización humana había hecho el cristianismo:

Nada más divino que su moral, nada más precioso y sublime que sus dogmas, su doctrina y su culto.[14]

Federico conoció también a Pierre-Simon Ballanche, a quien considera un glorioso defensor del cristianismo[15], particularmente en su obra El sentimiento visto en relación con la literatura[16], similar en contenido a El genio de Chateaubriand. Aunque ambos autores defendían la fuerza civilizadora del cristianismo, Ballanche fue más lejos, asegurando que el cristianismo y el progreso social eran complementarios. Esta idea tuvo gran influencia sobre Ozanam; así, le escribe a su amigo Falconnet:

Los señores de Chateaubriand y Ballanche me recibieron bien. El señor Ballanche, conversando, me dijo: «Toda religión encierra necesariamente una teología, una psicología y una cosmología». ¿No es lo que dijimos nosotros dos un día? ¿No se encuentra ahí la tríada misteriosa donde se refunde toda ciencia? ¿No es esa la metafísica transcendental donde van a resumirse todos los conocimientos humanos? ¿Y no es una forma de entender al apóstol San Pablo, cuando enuncia que toda ciencia se encierra en la ciencia de Jesús crucificado?[17]

La admiración de Federico hacia Ballanche es tal que llega a decir que algunas partes de la obra Ensayos de palingenesia social[18] se convertirían en clásicos a la altura de la Eneida de Virgilio, o la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Pero, a pesar de esta exagerada admiración, Federico reconoce errores en el pensamiento de Ballanche:

Leo las obras del señor Ballanche con placer y espero que con fruto: encierran grandes ideas (mezcladas con cierto número de errores) sobre Filosofía de la historia[19].

Federico se relacionó con otras muchas personas durante su periodo universitario en París, que le influyeron intelectualmente, como el abate Gerbet, Lacordaire, Montalembert y de Coux. Federico fue, al menos parcialmente, responsable del establecimiento de las Conferencias de Filosofía de la historia impartidas por de Coux y Gerbet, de quien Federico escribe a Falconnet, el 10 de febrero de 1832:

Lo más dulce y consolador para la juventud cristiana son las conferencias establecidas, a petición nuestra, por el abate Gerbet. Ahora puede decirse que la luz brilla en las tinieblas: Lux in tenebris lucet[20].

Federico se benefició también del curso sobre Economía política impartido por el señor de Coux, que criticaba la filosofía económica liberal y urgía a una rápida solución de los problemas sociales. Como remedio parcial promovió la idea de las asociaciones voluntarias de trabajadores[21]. Ozanam recomendaba este curso a su amigo Falconnet:

El señor de Coux ha empezado su curso de Economía política, lleno de profundidad e interés. Te recomiendo que te matricules en él. Una multitud asiste a las clases porque en esas lecciones hay verdad y vida, gran conocimiento de la llaga que corroe la sociedad y un remedio único capaz de curarla[22].

También realiza otros estudios y trabajos, aparte de los propios de leyes y literatura. Estudia inglés, alemán, hebreo y sánscrito; ya se expresaba, con fluidez, en francés, italiano, latín y griego; con el tiempo aprendería también algo de español[23].

No obstante, sus actividades van mucho más allá: asiste a cursos de Química y Botánica en el Jardin des Plantes[24]; participa activamente en el desarrollo de las Conferencias de Derecho, para practicar oratoria en público (dos veces por semana), en las Conferencias de Historia (todos los sábados), en las reuniones de jóvenes en casa de Montalembert (los domingos por la tarde, en donde «se respira un perfume de catolicismo y de fraternidad» y se «conversa de literatura, de historia, de los intereses de la clase pobre, del progreso de la civilización»[25]).

Algunos universitarios católicos sienten la necesidad de profundizar en su fe y piden conferencias que hablen del hecho religioso, que se aparten del estilo ordinario de los sermones y que traten de las cuestiones que, entonces, preocupaban a la juventud. A las ya mencionadas del abate Gerbet se sumaron las de otro célebre predicador, el abate Combalot, que continuaría esta labor:

¡Qué placer encontrarse, algunas veces, una treintena de jóvenes por la tarde, en el sermón del célebre abate Combalot, o en las veladas del señor de Montalembert![26].

Ozanam era, sin lugar a dudas, un estudiante brillante. Tenía un amplio rango de intereses entre los que, ciertamente, el Derecho no era el más apreciado. A lo largo de la correspondencia, en sus diálogos con su padre, se puede intuir, en algunos momentos, cómo Jean-Antoine-François presiona a su hijo a centrarse en sus estudios de leyes y olvidarse de la literatura y la filosofía.

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Pronto, Federico se muestra un activo defensor de su fe y de la Iglesia contra los ataques que recibían desde las cátedras universitarias. Así se lo comenta, por ejemplo, a su amigo Falconnet, con relación a las opiniones de un profesor de Historia, el señor Girardin:

Cada vez que un profesor racionalista levanta la voz contra la revelación, voces católicas se levantan para replicarle. Ya nos hemos unido varios con ese propósito. Dos veces he participado ya en ese noble trabajo, dirigiendo mis objeciones, por escrito, a esos señores. Pero, donde hemos tenido éxito de manera especial, ha sido en el curso de Historia del señor Saint-Marc Girardin. Atacó a la Iglesia dos veces: primero, calificando al papado de institución pasajera, nacida bajo Carlomagno, y hoy moribunda; segundo, acusando al clero de haber favorecido constantemente el despotismo. Nuestras respuestas, leídas públicamente, produjeron el mejor efecto, tanto sobre el profesor, que se ha casi retractado, como sobre los oyentes, que aplaudieron. Lo más útil de esta obra es mostrar a la juventud estudiantil que se puede ser católico y tener sentido común, que se puede amar la religión y la libertad; además, se la saca de la indiferencia religiosa y se la acostumbra a las discusiones graves y serias[27].

Pocas semanas después, es otro profesor, Théodore-Simon Jouffroy, a quien replican por sus enseñanzas en la cátedra de Filosofía:

Te conté nuestras primeras escaramuzas; me alegra anunciarte que hemos librado, hace algunas semanas, un combate más serio. Nuestro campo de batalla fue la cátedra de Filosofía, el curso de Jouffroy. Jouffroy, uno de los más ilustres racionalistas de nuestros días, se permitió atacar la revelación, incluso la posibilidad misma de la revelación[28].

Federico también responde a las críticas que surgieron contra la Iglesia, por la creación de una universidad católica en Lovaina:

Sabrás sin duda que los obispos de Bélgica han fundado una universidad católica. […] Como una institución así está llamada a tener gran éxito en un país tan religioso como Bélgica, la impiedad se ha movilizado y algunas bandas de estudiantes, de la universidad ordinaria de Lovaina, han ido a vociferar injurias bajo las ventanas de dos obispos, agregando a eso invectivas en un periódico. Hemos creído deber responder en nombre de la juventud católica de la Universidad de Francia y hemos redactado una protesta publicada en Gazette de France, l’Univers religieux y en tres periódicos belgas[29].

A lo largo de la correspondencia de Federico, de estos años, podemos conocer a un muchacho con un alto sentido de la moralidad y de austera vida, muchas veces insatisfecho por el estilo de vida imperante en la juventud parisina y en la sociedad en general, entre sus mismos amigos e, incluso, en su propia existencia. En muchas de sus cartas, Federico se convierte en un moralista, preocupado por las divergencias morales y políticas que mantiene con sus amigos. Así, en la correspondencia con Materne, amigo de la infancia, se advierte un creciente distanciamiento entre el pensamiento moral y político de ambos. Lo mismo pasa con Huchard y Fortoul, a quienes acusa de caer rendidos ante los encantos de París. Incluso a Falconnet, su primo, le da consejos para no dejarse subyugar por los encantos de su tiempo:

Fórmate un pequeño círculo de amigos escogidos; asóciate más bien a algunos buenos camaradas que a compañías mundanas[30].

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Monárquico en su adolescencia, Federico va progresivamente transformando sus ideas políticas, que acabarían abrazando la República. No obstante, durante sus años de estudiante en París, Federico permaneció alejado de actividades políticas organizadas. Aun así, no pudo mantenerse completamente ajeno a los eventos contemporáneos. En diciembre de 1831 las protestas estudiantiles, apoyando la independencia de Polonia, habían llegado a su punto más álgido, y Federico acusó al gobierno de pagar a matones para silenciar a los estudiantes; le escribe a su madre que «el otro día, al entrar en mi casa, fui amenazado de muerte por un guardia nacional que me reconoció como estudiante. Sin embargo, hacen ustedes bien en pensar que yo jamás me mezclo con los alborotadores»[31]. No participa en las revueltas republicanas de junio de 1832, pero comunica sus pensamientos a su primo Falconnet:

Sé que esperas de mí noticias de los trágicos acontecimientos que, en días pasados, llenaron la ciudad príncipe de Francia. Ante todo, te digo que no he participado; sabes muy bien que no soy un espíritu guerrero: dejada la espada, mi alma entera se ha encerrado en el modesto estudio de la Literatura y el Derecho[32].

En los barrios de chabolas que se formaban en la periferia de París, miles de personas vivían sin recursos, algunos en la más completa indigencia. Un gran número de campesinos abandonaban el campo para buscar trabajo en las grandes ciudades. Una vez allí, la mayoría solo encontraba desempleo, sueldos muy bajos, o fábricas cerradas por los disturbios políticos.

A mediados de marzo de 1832 se desata una gran epidemia de cólera en París. La enfermedad hizo estragos entre la población y murieron decenas de miles de personas[33]. Federico quedó profundamente impresionado por la gran desesperación de esas familias diezmadas por la epidemia. El 8 de abril le escribe a su madre:

El cólera se ha extendido de manera horrorosa; en 14 días ha atacado a 3.075 personas, causando la muerte a 1.200. Ayer se declararon 717 nuevos enfermos, y se ven en las plazas carros cargados con cinco, diez o doce ataúdes. […] En medio de estos eventos, la caridad no descansa y […] se van a formar algunas confraternidades de hombres y de mujeres para socorrer a los desgraciados.

La Conferencia[34] a la que pertenezco ha destinado una pequeña suma de 15 francos, tomada de las colectas, a favor de los pobres. Espero con impaciencia que ustedes me envíen los 18 francos de mis matrículas y los 12 francos de Falconnet, para poder presentar yo también mi ofrenda de 4 ó 5 francos. Es muy justo, cuando se lleva un corazón francés, dar al menos una pequeña ayuda a los indigentes. […] En cuanto a mí, me siento casi avergonzado; sé muy bien que la vida que llevo y el aire que respiro me ponen, casi del todo, al abrigo[35].

El 7 de agosto de 1832, después de terminar satisfactoriamente su primer año de Derecho, Federico Ozanam regresó con su familia a Lyon, en donde permaneció hasta principios de noviembre, cuando vuelve a París para continuar sus estudios.

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Durante una de las Conferencias de Historia, uno de los debates causó una honda impresión en Federico y en su amigo Letailandier[36]. Veinte años más tarde, ante los cohermanos de la conferencia de Florencia, Federico rememora estos sucesos iniciales:

En aquellos tiempos, nos hallábamos invadidos por una avalancha de doctrinas heterodoxas y filosóficas enfrentándose a nuestro alrededor, y vimos necesario fortalecer nuestra fe, en medio de los ataques que recibía de falsos sistemas de conocimiento. Algunos de nuestros compañeros de estudios eran materialistas, sansimonianos otros, otros fourieristas, otros deístas. Cuando nosotros, los católicos, tratamos de llamar la atención de estos errantes hermanos hacia las maravillas del cristianismo, se nos dijo: «Sí, tenéis derecho de hablar del pasado. En los días pasados, el cristianismo, efectivamente, hizo maravillas, pero hoy el cristianismo ha muerto. Y vosotros, que os jactáis de ser católicos, ¿qué hacéis? ¿Qué obras podéis mostrar que prueben vuestra fe y que nos hagan sentir respeto y reconocimiento?» Y tenían razón; el reproche era bien merecido. Entonces fue cuando nos dijimos los unos a los otros: «¡Vayamos a primera línea! Que nuestros actos estén en consonancia con nuestra fe». Pero, ¿qué debíamos hacer? ¿Qué hacer para demostrar que somos verdaderos católicos, sino lo que más agrada a Dios? Socorrer a nuestro prójimo, como lo hizo Jesucristo, y poner nuestra fe bajo la salvaguardia de la caridad[37].

Esta progresiva conciencia de la pobreza extrema y abandono de grandes sectores de la población impulsan a un grupo de jóvenes, Federico entre ellos, a establecer el germen de la futura Sociedad de San Vicente de Paúl, en 1833. La pequeña Conferencia de Caridad comenzó con poco más de media docena de miembros[38]. Fueron modestos sus comienzos, hasta el punto de que, años después, ni los propios miembros fundadores se ponían de acuerdo sobre las circunstancias concretas de su primera reunión (fecha, lugar, número e incluso nombre de los participantes)[39].

A través de la naciente Sociedad de San Vicente de Paúl[40], Ozanam esperaba conseguir «la reconciliación de los que no tienen suficiente con los que tienen demasiado, a través de las obras de caridad»[41]. En este sentido le escribía a Falconnet:

Somos demasiado jóvenes para intervenir en la lucha social. ¿Permaneceremos pues, inertes, en medio del mundo que sufre y gime? No; se nos ha abierto un camino de preparación; antes de hacer el bien público, podemos tratar de hacer el bien a algunos; antes de regenerar Francia, podemos aliviar a algunos de sus pobres. Por eso, yo querría que todos los jóvenes juiciosos y de corazón se uniesen para alguna obra caritativa y que se formara en todo el país una vasta asociación generosa, para alivio de las clases populares. Te contaré un día lo que, en ese sentido, se ha hecho en París este año y el año pasado; te lo contaré a fin de que veas si te conviene tomar parte en ello[42].

En el «Informe sobre las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde los orígenes», elaborado por La Noue, Jules Devaux y Federico Ozanam a mediados de junio de 1834, encontramos un relato de la fundación de la primera conferencia de Caridad:

El martes 13 de abril del año 1833, […] un hombre[43] […] invitó a algunos jóvenes, hasta entonces esparcidos por esta capital, puso en relación a unos con otros, los unió con los lazos de la caridad […] y les enseñó, más por su ejemplo que por sus consejos, que la vida del hombre, en todos los tiempos y en todos los lugares, se debe sacrificar al amor de la humanidad. Tales fueron los comienzos de esta Sociedad a la que ustedes pertenecen, señores, y que desde entonces ha seguido creciendo, igual que la caridad, de la que esta Sociedad es uno de sus órganos en este mundo.

Ser útiles a nuestros hermanos y a nosotros mismos fue el doble fin que se propuso el hombre que nos reunió. […] [Este hombre] comprendió nuestros propios intereses, al mismo tiempo que comprendió los de los pobres; como cristiano, sabía que todos los hombres son hermanos, y que hay que extender a todos la caridad, dar a todos el pan que alimenta, que el alma, igual que el cuerpo, tiene hambre de él, que si el pan es el alimento del cuerpo la palabra lo es del alma, y así, poco a poco, nos iba arrebatando al mundo del que somos hijos para hablarnos de lo que el mundo nos ocultaba, preparando por la fe de ese modo en nuestras almas un tabernáculo santo, donde pudiera habitar el amor. Se consiguió el primer fin que el fundador de esta Sociedad se propuso: nos mantuvo cristianos, esa es la obra de toda caridad.

El fin segundo de nuestra Sociedad fue socorrer a aquellos hermanos nuestros que no pueden vivir porque no tienen pan. Después del acto de fe vino el acto de caridad; después de la palabra, la obra, que es el cuerpo de la palabra[44].

Emmanuel Bailly era director del periódico Tribune Catholique. En su casa se reunía la Conferencia de Historia y, a partir de su fundación, también lo haría la naciente Conferencia de Caridad.

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Los jóvenes se dirigen, en un primer momento, al párroco de Saint-Etienne-du-Mont, que no comprende sus deseos y les sugiere que den catequesis[45]. Pero otra persona les acoge y entiende sus motivaciones: fue una Hija de la Caridad, sor Rosalía Rendu, que organizaba la distribución de las ayudas de la oficina de beneficencia del barrio de Mouffetard y que fue determinante en aquellos primeros tiempos de la incipiente Sociedad. No sabiendo con exactitud cómo acercarse a socorrer a los pobres, los miembros de la naciente conferencia se ponen a disposición de sor Rosalía, quien les instruye en el trato y servicio a las personas más necesitadas, orienta su apostolado y les da direcciones de familias necesitadas a quien visitar. En el anteriormente citado informe, leemos: «Nos hemos hecho los auxiliares de las Hijas de la Caridad, a ellas hemos pedido consejo y ayuda, de ellas hemos aprendido a conocer las miserias de los pobres».

Ozanam, al igual que sus compañeros,

no piensa en una ayuda superficial, sino más bien en un acompañamiento cercano y personal que propicie el cambio positivo y regenerador en la persona atendida, en el hermano. De hecho, en uno de sus artículos más conocidos, Ozanam describe dos tipos de asistencia, la que humilla al atendido y la que le honra, definiendo la primera como la puramente asistencial, cuando no se preocupa más que de los sufrimientos de la carne, el grito del hambre y del frío, lo que da lástima, lo que se asiste hasta en los animales… La asistencia humilla cuando no hay reciprocidad. Y la segunda, la que honra, como la que toma al ser humano en su parte superior, se ocupa, en primer lugar, del alma, de su educación religiosa, moral y política, de todo lo que le hace libre y lo que le puede hacer grande… Entonces la asistencia se hace honrosa, puesto que puede convertirse en algo mutuo, puesto que todo ser humano que da una palabra, un parecer, un consuelo hoy, puede tener necesidad de eso mismo mañana[46].

En esta línea, el papa Juan Pablo II hace notar que Federico (y con él, sus compañeros de la Conferencia de Caridad) «observa la situación real de los pobres y busca un compromiso cada vez más eficaz para ayudarles a crecer en humanidad, comprendiendo que la caridad debe impulsar a trabajar para corregir las injusticias. La caridad y la justicia están unidas. Ozanam tiene la valentía clarividente de un compromiso social y político de primer plano»[47].

El señor Bailly acepta ser el primer presidente de la Conferencia de Caridad (que pronto se conocería como la Conferencia de San Vicente de Paúl), cargo que desempeñaría hasta 1844. Se establece el principio una reunión semanal, y la visita a los pobres a domicilio como actividad fundamental. La Sociedad de San Vicente de Paúl había nacido.

También, en abril de 1833, Federico traslada su domicilio de la casa de André-Marie Ampère al Hôtel des Écoles, en donde ya vivía su amigo Chaurand.

Aproximadamente un mes después de la primera Conferencia de Caridad, sus miembros, junto a otros católicos, participan en las procesiones del Corpus Christi, en Nanterre-Saint-Germain. Las procesiones religiosas habían sido prohibidas en París. Federico escribe a su madre contándole esta experiencia[48], en un tono que es, ciertamente, muy distinto al de otras cartas anteriores, a veces cargadas de pesares y soledad. La Conferencia de Caridad había reunido en la fe y en la caridad a un grupo de amigos, y Federico estaba muy contento por la obra naciente.

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En junio de 1833, Federico y sus amigos Lejoteux y Montazet, los tres estudiantes de Derecho, entregan a monseñor de Quélen una primera solicitud (firmada por un centenar de jóvenes católicos) para que se instauren en la catedral de Notre Dame unas conferencias impartidas por predicadores, en las que se dé una «enseñanza que erradique de las mentes de la juventud cristiana los deplorables efectos de las doctrinas racionalistas profesadas por varios académicos universitarios en sus cursos»[49]. Monseñor de Quélen recibió a los jóvenes con amabilidad y se comprometió a considerar su solicitud. No obstante no sería hasta el año siguiente, a raíz de una segunda petición, cuando esta iniciativa se pondría en marcha[50].

De estas fechas es el primer retrato que se conserva de Federico Ozanam. El pintor Janmot dibuja a Federico a los 20 años, que posteriormente Lacordaire describiría como el retrato de «un joven estudiante de Derecho de 21 [sic] años, de tez pálida, de pelo negro y abundante, mediana estatura y poco elegante, la frente noble y los ojos chispeantes»[51].

A mediados de agosto, después de realizar sus exámenes de Derecho con resultados «poco brillantes»[52], Federico consigue su bachillerato en Leyes[53].

Regresa a Lyon durante el periodo vacacional, mas no estaría mucho tiempo allí, pues durante las vacaciones de 1833 Federico viaja con su familia por Italia:

La señora Ozanam acompañó a su marido e hijos hasta Florencia y, mientras el padre y sus dos hijos mayores visitaban Roma, Nápoles, Milán, Loreto, etc., ella se quedó en casa de una hermana casada[54].

En Roma son recibidos en audiencia privada por el papa Gregorio XVI, el 28 de septiembre. Después, los viajeros regresan a Florencia a reunirse con la señora Ozanam, en donde permanecerían casi un mes, para regresar a Lyon, no sin antes visitar, de paso, otras ciudades italianas (Génova, Turín, etc.). Su hermano Alphonse comenta en su biografía[55] cómo, durante este viaje, Federico desarrolló un profundo amor a Italia que, más adelante, se concretaría en sus estudios sobre los poetas franciscanos[56] y sobre Dante[57].

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En noviembre Federico regresa a París para continuar sus estudios. En este tiempo, una de las graves preocupaciones de Federico fue su futuro. Había pensado que podría ser, a la vez, «sabio y abogado, y llevar simultáneamente dos vidas»[58]. Resolvió continuar con sus dos carreras, Derecho y Letras. La experiencia le hacía notar, no obstante, que tendría que elegir una u otra vocación, mas la decisión definitiva aún se retrasaría durante unos años.

Federico vuelve a su habitación en el Hôtel des Écoles. A finales de diciembre un suceso en este alojamiento le produce una viva impresión: la agonía y muerte de un estudiante en una habitación contigua a la suya[59].

Las dudas sobre su futuro le asaltan y le inquietan, mientras es animado a que sea una especie de líder de la juventud católica parisina:

Ahora que mis estudios de Derecho se acercan a su término, deberé escoger entre esos dos caminos; será menester meter la mano en la urna: ¿sacaré negro o blanco? Estoy rodeado, en cierto sentido, de seducciones de toda clase; […] porque Dios y la educación me han dotado de cierto tacto, de cierta amplitud de ideas, de cierta capacidad de tolerancia, quieren hacer de mí una especie de jefe de la juventud católica de este país. […] En una palabra, una multitud de circunstancias, independientes de mi voluntad, me acosan, me persiguen y me arrastran fuera de la línea que me he trazado. […] Ese concurso de circunstancias exteriores, ¿no será quizá un signo de la voluntad de Dios? Lo ignoro y, en mi incertidumbre, ni me anticipo ni corro detrás de los sucesos, sino que los dejo venir, resisto y, si el impulso es demasiado fuerte, me dejo llevar[60].

El 13 de enero de 1834 Federico, Lallier y Lamache visitan de nuevo a monseñor de Quélen, con la renovada petición[61], avalada por más de doscientas firmas, de tener conferencias que sean «una especial enseñanza que se aparte del estilo ordinario de los sermones, donde la religión se presente en sus relaciones con la sociedad y responda, al menos indirectamente, a las principales publicaciones de Francia y de Alemania»[62]. Le solicitan, además, que sea el padre Lacordaire el encargado de las conferencias. En un primer momento, monseñor de Quélen piensa en Félicité Robert de Lamennais[63] para impartir las conferencias, pero este rehúsa.

Las conferencias cuaresmales comenzaron el 16 de febrero de 1834, mas no fue el padre Lacordaire el encargado de las mismas[64]. La primera conferencia fue dada por el propio arzobispo, seguida las semanas siguientes de otras siete, por sendos abates. Sin embargo, «aquella enseñanza sin unidad tuvo poco éxito, mientras la multitud se agolpaba en la capilla del colegio Stanislas alrededor del padre Lacordaire, que dio doce conferencias. […] Aquellos celosos jóvenes tenían tiempo para ir corriendo al colegio Stanislas al salir de Notre Dame; pero encontraban la capilla llena y no podían entrar. Entonces, utilizaban escaleras para subirse a las ventanas y, acomodados de esa manera, escuchaban aquella predicación admirable»[65].

En marzo de 1834, Federico es admitido al examen de Derecho romano, previo al examen de obtención de la licenciatura en Derecho, al que se presentará en agosto.

El 9 de abril estallan unos disturbios de la clase trabajadora en Lyon, seguidos de motines y matanzas en París a los pocos días. Federico escribe a su madre, a finales de este mes, relatando los disturbios y las horribles masacres:

Los periódicos les habrán informado suficientemente sobre el pequeño motín que hemos tenido aquí el día 13, y de las horribles matanzas que han sido su consecuencia. Parece que se ha tomado la decisión de que el justo medio sea antes causar terror que ceder. […] ¡Qué duro es vivir en un mundo tan cruel y tan sanguinario![66]

En junio de 1834, Federico es criticado desde las páginas de l’Ami de la Religion por uno de sus redactores, quien había interpretado equivocadamente la opinión de Federico que había manifestado en una «reunión familiar» sobre el libro de Lamennais, Palabras de un creyente, recién publicado. El redactor acusa a Federico de emitir «declaraciones extrañas y falsas» en materia de religión. Federico «seguro de la rectitud de sus intenciones y animado de un juvenil celo, le dio [al redactor] una respuesta firme, tal vez incluso un poco fuerte […] exigiendo que su respuesta apareciera en una edición de l’Ami de la Religion, satisfacción que se le negó»[67].

El 21 de julio escribe a Ernest Falconnet que «este año he hecho bien poca cosa, a excepción del estudio del Derecho, en el cual he trabajado más que de costumbre. Actualmente estoy enfrascado en las materias del cuarto examen, que son muy extensas y no me dejan mucho tiempo libre». A finales de agosto de 1834, Federico aprueba con éxito su último examen y consigue la licenciatura en Derecho, partiendo hacia Lyon para pasar tres meses de vacaciones con su familia. Durante estas vacaciones hace una visita, junto a su amigo Dufieux, al señor de Lamartine en su castillo de Saint-Point[68].

En diciembre de 1834, con el beneplácito de su padre, Federico regresa a París y comienza sus estudios de doctorado en Derecho, lo cual no era habitual en tiempos de Federico, pues la mayoría de los estudiantes de Leyes no realizaban el doctorado[69]. Además de estos estudios, Federico determina conseguir la licenciatura en Letras, profundizar en sus estudios en griego y realizar investigaciones de tipo histórico y filosófico.

A finales de enero de 1835 escucha, con gran entusiasmo, el discurso del señor de Lamartine a los miembros de la Cámara de Diputados. Así se lo relata a su amigo Velay:

He oído al señor de Lamartine en la Cámara. ¡Qué grande y hermoso fue ese día! ¡Qué discurso tan lleno de gravedad, de brillo y armonía! ¡Qué lejos de esa vaguedad y de las teorías vaporosas que le reprochan! Estuvo sencillo, lógico, generoso, más aún, estuvo caritativo. Fue el único en representar el pensamiento cristiano en aquella discusión[70].

En este tiempo cambia su alojamiento: deja el Hôtel des Écoles y se instala en un «apartamento pequeño y alegre que no tiene otro defecto que el de estar en el sexto piso», en la Place du Panthéon[71].

El 8 de marzo de 1835, un año después de que se organizaran por primera vez las conferencias cuaresmales en Notre Dame (a instancias de la juventud católica parisina), monseñor de Quélen accede a los deseos de la juventud y el padre Lacordaire da su primera conferencia. El diario l’Univers encarga a Ozanam realizar las crónicas de las conferencias, que serían un total de ocho. El éxito de las conferencias es enorme; personas de toda condición asisten a las mismas: dignatarios, académicos, escritores, jóvenes universitarios, además de gente modesta. La nave de Notre Dame, que puede albergar aproximadamente a 5.000 personas, se llena completamente. Federico está entusiasmado con el orador: «Es imposible escuchar, en ningún otro lugar, cosas más elocuentes»[72].

Poco después, su madre cae gravemente enferma, hecho que su padre oculta a Federico, que cariñosamente se lo reprocha al enterarse[73].

En abril de 1835, después de muchos estudios y un mes de intensa preparación, consigue su licenciatura en Letras[74]. El 12 de agosto se presenta a un examen de preparación para el doctorado en Derecho, con un resultado «pasable: una bola blanca y cuatro rojas»[75]. Parte ese mismo día hacia Lyon, con la esperanza de llegar a tiempo a la fiesta de su madre, el 15 de agosto; este día llega a su casa familiar, hacia las ocho de la tarde, encontrándose en ella a toda la familia reunida, incluidos tíos y primos.

Durante las vacaciones de 1835, Federico hace un peregrinaje a pie, junto a su hermano mayor el padre Alphonse, a la Gran Cartuja, cerca de Grenoble, a más de 100 kilómetros de Lyon. Llegan allá en tres jornadas. En el convento vivían 68 monjes, con los que comparten los oficios[76]. También durante estas vacaciones escribió Federico su libro Dos Cancilleres de Inglaterra[77]. A finales de septiembre pasó unos días en Villefranche-sur-Saône.

Regresó a París a principios de diciembre, para comenzar a preparar su tesis de doctorado en Derecho. A comienzos de junio de 1836 muere André-Marie Ampère, a quien Federico siempre guardó un particular afecto y amistad. Ozanam le dedicó un artículo que se publicó en el número de junio de 1836 de l’Université catholique[78]. El 5 y el 12 de junio Federico y sus compañeros en las Conferencias de San Vicente de Paúl vuelven a asistir a las procesiones del Corpus Christi, en Batignolles y Nanterre, igual que lo hicieron en 1833. Por fin, en agosto de 1836 recibe su grado de doctor en Derecho[79] y regresa a Lyon.

 

Autor: Francisco Javier Fernández Chento
Editor de la correspondencia completa, en español, del beato Federico Ozanam

 

Notas:

[1]      Aproximadamente 5.000 estudiantes en 1830 y 7.500 en 1837. Cf. Caron, Jean-Claude. «Frédéric Ozanam, Étudiant Catholique» (Federico Ozanam, estudiante católico), en Revue d’Histoire de l’Église de France, enero-junio 1999, p. 39.

[2]      Carta 74: a su madre, del 24 de diciembre de 1833.

[3]      Carta 53: a sus padres, del 16 de mayo de 1832.

[4]      Cf. Caron, o.c., p. 39.

[5]      La mayoría de los documentos históricos de la época coinciden en presentar a la juventud burguesa como hostil a la Iglesia como institución, e indiferente al catolicismo como religión. Cf. De Carné, Louis. Souvenirs de ma jeunesse au temps de la Restauration (Recuerdos de mi juventud en la época de la Restauración). París: Didier et Cie, 1873. d’Alton-Shée, Edmond. Mes Mémoires (Mis memorias) (1826-1848). París: Lacroix-Verboecken, 1869. Lacordaire, Henri-Dominique. «Fragments des mémoires de Lacordaire» (Fragmentos de memorias de Lacordaire), en Lettres du révérend père Lacordaire à des jeunes gens (Cartas del Reverendo Padre Lacordaire a los jóvenes). París: Charles Douniol, 5ª ed., 1865.

[6]      Carta 43: a su madre, del 7 de noviembre de 1831.

[7]      Carta 48: a Ernest Falconnet, del 18 de diciembre de 1831.

[8]      Cf. O’Meara, o.c., p. 18.

[9]      Carta 43: a su madre, del 7 de noviembre de 1831.

[10]    Carta 44: a su padre, del 12 de noviembre de 1831.

[11]    A partir de entonces Federico vivió en una habitación en l’Hôtel des Ècoles, alojamiento frecuentado por estudiantes lioneses.

[12]    Cf. O’Meara, o.c., pp. 47ss.

[13]    Carta 45: a Ernest Falconnet, del 20 de noviembre de 1831.

[14]    Cf. Chateaubriand, François-René. Génie du christianisme. París: 1802, cap. I. Existe edición en español: El genio del cristianismo. Madrid: Ciudadela libros, 2008.

[15]    Cf. Œuvres, t. VIII, p. 95.

[16]    Ballanche, Pierre-Simon. Du sentiment considéré dans son rapport avec la littérature. París: Calixte Volland Librairie, 1801.

[17]    Carta 45: a Ernest Falconnet, del 20 de noviembre de 1831.

[18]    Essais de palingénésie sociale es una obra inconclusa que Ballanche comenzó a publicar en 1827.

[19]    Carta 51: a Ernest Falconnet, del 25 de marzo de 1832.

[20]    Carta 50: a Ernest Falconnet, del 10 de febrero de 1832.

[21]    Cf. Moody, Joseph N. (ed.). Church and Society. Catholic Social and Political Thought and Movements 1789-1950 (Iglesia y Sociedad. Pensamiento y movimientos sociales y políticos católicos 1789-1950). New York: Arts Inc., c1953, p. 128.

[22]    Carta 51: a Ernest Falconnet, del 25 de marzo de 1832.

[23]    Carta 54: a su madre, del 26 de mayo de 1832.

[24]    Carta 109: a sus padres, del 30 de abril de 1835.

[25]    Carta 61: a Ernest Falconnet, del 5 de enero de 1833.

[26]    Carta 63: a su madre, del 19 de marzo de 1833.

[27]    Carta 50: a Ernest Falconnet, del 10 de febrero de 1832.

[28]    Carta 51: a Ernest Falconnet, del 25 de marzo de 1832.

[29]    Carta 82: a Charles Hommais, del 7 de mayo de 1834.

[30]    Carta 76: a Ernest Falconnet, del 7 de enero de 1834.

[31]    Carta 49: a su madre, del 23 de diciembre de 1831.

[32]    Carta 55: a Ernest Falconnet, del 15 de julio de 1832.

[33]    Las condiciones higiénicas en París dejaban mucho que desear. Gran parte de París no disponía de canalizaciones y los colectores de excrementos líquidos se vaciaban en barriles que, por la noche, los carruajes descargaban en depósitos de materias fecales, a las afueras de la ciudad. Cuando estos rebosaban, las aguas sucias se vertían en el Sena. En la epidemia de cólera de comienzos del siglo XIX enfermaron, aproximadamente, 230.000 franceses, de los cuales 100.000 perecieron, 19.000 de ellos en París. En toda Europa murieron cientos de miles de personas.

[34]    Conferencia de Historia, no es aún la conferencia de Caridad.

[35]    Carta 52: a su madre, del 8 de abril de 1832.

[36]    Cf. Brémard, o.c., pp. 83-84. Ver también Yépez, C.M., Mario. «Federico Ozanam (1813-1853) y las Conferencias de San Vicente de Paúl», en la XXV Semana de Estudios Vicencianos. Lima: 2013. El artículo está disponible en la web http://goo.gl/JqooWd (acceso: 15 de septiembre de 2015).

[37]    Federico Ozanam a la Conferencia de Florencia, año 1853. Cf. O’Meara, o.c., p. 65.

[38]    Ya en 1855 surgió la discusión de quién fue el verdadero fundador de la Sociedad. En esta vana discusión, algunos apuntaron al señor Bailly (de 39 años de edad en el tiempo de la fundación de la primera Conferencia de Caridad), otros a Federico. No obstante, de los relatos históricos se deduce que la obra fue una decisión colectiva de un grupo de jóvenes, acompañados y guiados en sus primeros años por un creyente adulto; pero es también innegable que, en la organización y desarrollo futuro de la obra, Federico jugó un papel decisivo (Cf. Célier, Léonce. Frédéric Ozanam. París: Lethielleux éditeur, 1956, pp. 116-125). También ha sido motivo de debate el número de personas que asistieron a la reunión fundacional. El «Informe sobre las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde los orígenes» (carta nº 87), se habla de «ocho miembros». Federico también, en varias cartas, confirma este número (por ejemplo, la dirigida a señorita Soulacroix del 1 de mayo de 1841 o la carta dirigida a Lallier el 27 de agosto de 1845). Otros reconocidos biógrafos de Federico hablan de siete miembros: «Los “fundadores” son seis jóvenes reunidos en torno al señor Bailly» (Cf. Cholvy, Gérard. Frédéric Ozanam, l’engagement d’un intellectuel catholique au XIXe siècle (Federico Ozanam, el compromiso de un intelectual católico en el siglo XIX). París: Fayard, 2003, p. 244). Se conocen los nombres de siete de los asistentes: Emmanuel Bailly, Paul Lamache, Félix Clavé, Auguste le Taillandier, Jules Devaux, François Lallier y Federico Ozanam. El octavo, si existió, no se sabe quién fue.

Debido a que, en aquellos tiempos, la mujer estaba prácticamente ausente del ámbito universitario, la Sociedad de San Vicente de Paúl nació como una asociación exclusivamente masculina.

[39]    Cf. Brémard, o.c., p. 84.

[40]    Desde sus inicios, la Sociedad se pone bajo el patrocinio de la Virgen María y de San Vicente de Paúl: «Es un movimiento de piedad cristiana el que nos ha reunido; […] por ello estamos bajo el patrocinio de la Santa Virgen y de San Vicente de Paúl, a los que profesamos un culto especial y cuya estela nos esforzamos en seguir» (Cf. Primer Reglamento de la Sociedad, de diciembre de 1835).

[41]    Cf. Ozanam, Charles-Alphonse, o.c., p. 210.

[42]    Carta 88: a Ernest Falconnet, del 21 de julio de 1834.

[43]    El señor Emmanuel Bailly.

[44]    Carta 87: Informe sobre las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde los orígenes, del 27 de junio de 1834.

[45]    Cf. Célier, o.c., pp. 106-107.

[46]    Cf. Leonardo Henríquez, C.M., Fausto Antonio. Federico Ozanam, la realidad de un sueño, artículo aparecido en http://goo.gl/d8eM81 (acceso: 15 de septiembre de 2015).

[47]    Cf. Homilía en la Eucaristía de beatificación de Federico Ozanam. París, 22 de agosto de 1997.

[48]    Carta 66: a su madre, del 19 de junio de 1833.

[49]    Cf. Brémard, o.c., pp. 87-88.

[50]    Carta 77: a monseñor de Quélen, del 13 de enero de 1834.

[51]    Lacordaire, Jean-Baptiste-Henri. Notice sur Frédéric Ozanam, 1856, p. 9.

[52]    En la época, las notas de los exámenes universitarios no se daban con números, sino se asignaban los resultados mediante bolas de tres colores: blanco (bien), rojo (pasable) o negro (mal). Federico consigue al final de este curso cuatro bolas rojas del tribunal, lo cual es poco más que aprobado. Cf. Carta a François Lallier del 7 de agosto de 1833.

[53]    El bachelier era el título que acreditaba haber hecho dos o tres (a veces más) cursos de estudios universitarios en una disciplina dada (Derecho, etc.).

[54]    Cf. O’Meara, o.c., pp. 51-52. La hermana de Marie se llamaba Benoîte, señora de Haraneder, y residía en Florencia. Alphonse, por su parte, ya era sacerdote desde hacía dos años.

[55]    Cf. Ozanam, Charles-Alphonse, o.c., p. 245.

[56]    Cf. Les poëtes franciscains en Italie au treizième siècle (Los poetas franciscanos en Italia en el siglo XIII) en Œuvres, t. V.

[57]    Cf. Œuvres, t. VI, su tesis para el doctorado en Letras: Dante et la philosophie catholique au XIIIe siècle (Dante y la filosofía católica en el siglo XIII). Y también Œuvres, t. IX, con la traducción francesa y comentario de Federico de El purgatorio de Dante.

[58]    Carta 76: a Ernest Falconnet, del 7 de enero de 1834.

[59]    Carta 75: a sus padres, del 30 de diciembre de 1833.

[60]    Carta 76: a Ernest Falconnet, del 7 de enero de 1834.

[61]    Cf. Lettres, t. I, pp. 85-88.

[62]    Cf. Centenaire, p. 139.

[63]    El todavía sacerdote Lamennais publicaría, apenas dos meses después de esta fecha, su famoso libro Les paroles d’un croyant (Palabras de un creyente), que recibiría la condena desde Roma y, como consecuencia, el progresivo alejamiento de la Iglesia, por parte de Lamennais.

[64]    Monseñor de Quélen consideraba a Lacordaire aún cercano a Lamennais, condenado por Roma.

[65]    Cf. Lettres, t. I, pp. 84-85.

[66]    Carta 81: a su madre, del 24 de abril de 1834.

[67]    Cf. Carta al redactor de l’Ami de la Religion del 5 de junio de 1834; ver también Ozanam, Charles-Alphonse, o.c., pp. 183-184.

[68]    Carta 89: a François Lallier, del 15 de octubre de 1834.

[69]    Cf. Caron, o.c., p. 44.

[70]    Carta 102: a Ferdinand Velay, del 5 de febrero de 1835.

[71]    «Estoy muy bien colocado para morir; mi cuerpo no tendría que moverse más que dos pasos para ir a la sepultura de los grandes hombres, y mi alma se encontraría a mitad del camino del cielo». Carta 110: a Ferdinand Velay, del 5 de mayo de 1835.

[72]    Carta 107: a su padre, del 15 de marzo de 1835.

[73]    Ibid.

[74]    Cf. Carta 110: a Ferdinand Velay, del 2 de mayo de 1835. El registro de estudios de Federico Ozanam se conserva en los Archives nationales de France, AJ16 1603.

[75]    Carta 117: a sus padres, del 12 de agosto de 1835.

[76]    Cf. Carta 119: a Henri Pessonneaux, del 21 de septiembre de 1835.

[77]    Cf. Œuvres, t. VII.

[78]    Cf. Œuvres, t. VIII, pp. 73-81.

[79]    Federico prepara dos tesis para conseguir el grado de doctor en Derecho, una sobre la ley romana: De interdictis, de vi et vi armata, uti possidetis, de precario (Sobre los interdictos; sobre la violencia y la violencia armada; el uti possidetis; sobre el arrendamiento en precario) y otra sobre la ley francesa: De la prescription à l’effet d’acquerir. Des Actions possessoires (La prescripción con el objeto de adquirir. Las acciones posesorias). Cf. Galopin, p. 67.

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