Bar 4, 5-12. 27-29; Sal 68; Lc 10, 17-24.
“Sus nombres están escritos en el cielo”.
Contentos, alégrense, júbilo, gracias, dichosos… son las palabras que enmarcan este evangelio de hoy. ¿No haremos bien si dejamos que también a nosotros nos inunden? Males, oscuridades, dolencias y variadas corrupciones nos rodean, pero no tienen derecho a robarnos la alegría de la fe. Los dos hechos que motivan el gozo de este pasaje son: el regreso de los 72 discípulos y la jubilosa acción de gracias de Jesús al Padre.
Jesús les recalca a los 72 que el mayor motivo para su alegría, más que en sus éxitos misionales, está en que “sus nombres están escritos en el cielo”. (Y el tuyo y el mío también, si no los borramos). Y el corazón del texto palpita gozoso en la espontánea oración de Jesús: “¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla!…”.
¡Qué bien! ¡Qué alegría que el Padre atienda con especial amor a los pequeños de este mundo! ¡Y qué hermoso si nosotros nos parecemos a él! Un corazón sencillo, abierto al Espíritu en la vida diaria, atento a escuchar las señales y capaz de resistir las colonizaciones de presuntuosos “sabios y entendidos”, de esos que pontifican desde sus encubiertos intereses. ¡Gracias, Padre, porque tú no atiendes a las apariencias del mundo, sino a las necesidades de los desprotegidos!
En el texto de Baruc se nos dice: “Ánimo, hijos, invoquen a Dios… si un día se empeñaron en alejarse de Dios, vuélvanse a buscarlo con renovado empeño”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.
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