Tomado de la introducción de la obra Correspondencia de Federico Ozanam. Tomo I. Cartas de juventud (1819-1840), con permiso del autor.
Antonio Federico Ozanam nació el 23 de abril de 1813 en Milán, capital de Lombardía[1], donde la familia estaba instalada por aquella época y donde permaneció hasta el 31 de octubre de 1816[2], cuando regresó a su tierra de origen, Lyon[3]. Federico fue el quinto hijo del doctor Jean-Antoine-François Ozanam y la señora Marie Nantas. Pocos días después de su nacimiento, el 13 de mayo, el pequeño fue bautizado en la iglesia de Santa Maria dei Servi. En el momento de nacer Federico, tan solo dos de sus cuatro hermanos mayores seguían vivos: Elisabeth (n. 1801) y Charles-Alphonse (n. 1804). Después de Federico, Marie alumbró a otros nueve hijos, pero todos ellos, salvo uno, murieron a los pocos meses de nacer: Charles (n. 1824), el último de los vástagos, falleció a los 65 años[4].
Federico creció en un ambiente familiar cristiano, conociendo la fe a través de sus padres, sobre todo de la mano de su madre, Marie:
En medio de un siglo de escepticismo, Dios me concedió la gracia de nacer en la fe. De niño me puso en las rodillas de un padre cristiano y en el regazo de una madre santa[5].
La hermana mayor, Elisa, fue para Federico una verdadera institutriz que le enseñó sus primeros conocimientos. Desgraciadamente, en noviembre de 1820, la familia Ozanam sufre el dolor de la muerte de Elisa, a los 19 años. La pérdida afecta mucho a Federico, quien rememoraría con vergüenza su cambio de actitud durante el año siguiente:
Estudié latín y, mientras lo aprendía, fui adquiriendo malicia. De verdad, creo que nunca he sido tan malo como a la edad de 8 años. Sin embargo los que seguían educándome eran un padre bueno, una madre buena, un hermano bueno. Por entonces, yo no tenía amigos fuera de la familia. Me había hecho colérico, obstinado, desobediente. […] Era, en alto grado, perezoso y caprichoso en el comer. Y, desde entonces, comenzaron a brotar en mi cabeza toda clase de malas ideas, que yo intentaba rechazar en vano. Así era yo cuando empecé a ir al colegio a los 9 años y medio[6].
En octubre de 1822, Federico comenzó sus estudios secundarios como alumno externo en el Collège Royal de Lyon[7], en donde se graduaría con brillantez a los 16 años.
A lo largo de estos años, Federico manifestó un talento literario considerable, y uno de sus profesores, el señor Urbain Legeay, impresionado por «la solidez de su intelecto y la precisión y concisión de su estilo en sus análisis de las lecciones orales»[8], recopiló sus poemas en latín y los publicó después de la muerte de Federico[9]. La mayoría de estos poemas y composiciones tempranas eran de naturaleza religiosa[10].
A raíz de su entrada en el Collège Royal, Federico fue mejorando el carácter:
La emulación me quitó la pereza —le cuenta a su amigo Materne—; quería mucho a mi profesor, me hice amigo de Ballofet, excelente persona, tuve algunos éxitos que me dieron ánimos, estudiaba con ardor; pero, al mismo tiempo, empecé a tener orgullo. Por lo demás, también tuve ocasión de intercambiar puñetazos e idioteces, etc. Pero había cambiado mucho[11].
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El ambiente en los colegios, en aquellos últimos años de la Restauración, no era favorable a las creencias religiosas. Se entiende así el octavo propósito que escribió Federico el día que hizo su Primera Comunión, el 11 de mayo de 1826: «Afirmaré lo más posible mi fe, ya que tan expuesto a perderla se está en este siglo»[12].
Aproximadamente a los quince años, Federico sufre una crisis de fe:
Nunca supo lo que era dudar hasta este periodo; su fe había sido tan plácida y confiada como la de un niño; pero llegó el momento en que habría que pagar el peaje de la precoz madurez de su mente y los altos vuelos de su imaginación. La actividad intelectual, que había estimulado sus facultades mentales, encendió una llama dentro de sí que agitó cuestiones vitales y despertó el demonio de la duda, ese tormento de las almas nobles e inquietas, que tienen hambre de creer y no pueden descansar hasta que la razón justifica la creencia[13].
En esta etapa, Federico fue alumno de un singular profesor de Filosofía, que ejerció sobre él una gran influencia durante los años venideros: el abate Noirot, quien ayudó a Federico a superar las angustiosas dudas de fe que le asaltaban en aquellos momentos:
Más tarde llegaron a mí los rumores de un mundo que no creía. Conocí todo el horror de las dudas que corroen el corazón durante el día, y que vuelven durante la noche, cuando la cabeza reposa sobre una almohada empapada en lágrimas. La incertidumbre de mi destino eterno no me dejaba reposo. Me aferraba con desesperación a los dogmas sagrados, e imaginaba sentir que se desmoronaban entre mis manos. Fue entonces cuando me salvó la enseñanza de un sacerdote filósofo [el abate Noirot]; él ordenó e iluminó mis pensamientos y, desde entonces se reafirmó mi fe; y, conmovido por tan preciado como poco frecuente beneficio, prometí a Dios consagrar mis días al servicio de la verdad que me había devuelto la paz[14].
Esta experiencia le hizo desarrollar, también, un espíritu de tolerancia y comprensión hacia aquellos que no compartían sus creencias:
A veces me acusan —escribió años más tarde— de ser excesivamente tolerante con aquellos que tienen la desgracia de no creer. Cuando se sufren, como yo las sufrí, las torturas de la duda, sería cruel y desgraciado ser demasiado severo con aquellos a los que Dios no les ha concedido aún el precioso regalo de la fe[15].
Federico se convirtió en uno de los alumnos más brillantes y queridos del abate Noirot. Los diálogos entre el maestro y alumno fueron determinantes «para fortalecer la fe de Federico, además de sentar las bases de toda su vida»[16]:
Era un alma escogida —dijo el venerable maestro [Noirot]—; estaba maravillosamente dotado por la naturaleza, tanto de mente como de corazón. Era tremendo su afán; trabajaba durante todo el día, sin interrupción, e incluso durante parte de la noche. Era devoto, ardiente, y particularmente modesto; alegre y risueño, aunque con un trasfondo de seriedad; le gustaban las bromas y se le encontraba siempre en medio de las diversiones, ya que nunca hubo un muchacho más popular que él. Nunca he oído de él la más pequeña travesura. Era cariñoso y comprensivo; no pienso que fuera capaz de inspirar o albergar antipatía. Era, no obstante, muy ardiente, y tenía a menudo vehementes explosiones de indignación, pero no en contra de las personas individuales; nunca le vi enojado o amargado contra nadie. Era, sencillamente, inaccesible al odio, excepto contra la falsedad o las malas acciones[17].
El abate Noirot inculcó en Ozanam el gusto por el estudio de la filosofía, a la que Federico se refería como la fuente de toda grandeza. Había habido destacadas personas en los campos de la literatura, la religión y la moral, escribió Federico, pero solo «eran grandes porque eran versados en filosofía»[18]. Pensaba, no obstante, que la filosofía debía estar asociada al cristianismo para conseguir un desarrollo completo. La insuficiencia de la razón por sí sola fue un concepto esencial en el pensamiento de Ozanam. La metafísica cristiana, para Federico, «permanece en el fondo de las cosas, como raíz y guía de todas las naciones de los tiempos modernos. […] La metafísica, la idea de Dios, es aquel punto del que está suspendido el cielo de nuestros pensamientos, de nuestra naturaleza, de nuestra educación, de la sociedad toda, de toda la civilización cristiana. Mientras este fundamento no se desmorone y hunda, mientras permanezca esta idea de Dios, no temo por nuestra civilización»[19].
Hasta su muerte en 1853, Ozanam se mantuvo en contacto con el abate Noirot.
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En julio de 1829, Federico termina sus estudios de bachillerato[20] en Letras. El doctor Ozanam decidió que su hijo Federico entrase en la magistratura, carrera que no agradaba a Federico, aunque se sometió a los deseos de su progenitor. Su padre, por la juventud de Federico y porque «era reacio a enviar a su hijo solo, a ese peligroso mar en el que tantos jóvenes de noble corazón naufragaban todos los días»[21], prefirió que permaneciese aún dos años más en Lyon (antes de ir a París a estudiar Derecho), trabajando como aprendiz en el bufete del señor Coulet, uno de los más distinguidos procuradores que ejercían en Lyon. Allí se encontró con otros jóvenes «sin fe ni moral», que se divertían contándole «la repugnante historia de su vida licenciosa» y de los que tenía que soportar sus continuas «blasfemias y sacrílegas burlas»[22].
Durante este periodo, Federico usa su tiempo libre estudiando lenguas, recibiendo clases de dibujo y concibiendo un plan que expusiese las verdades del cristianismo, rastreando sus creencias y tradiciones en los distintos movimientos religiosos, hasta la revelación primitiva, manifestando así la belleza y universalidad de la doctrina cristiana[23]. El estudio comparativo de la mitología de Friedrich Creuzer y Joseph Görres (que indicaban las creencias cristianas de las que podían encontrarse rastros en los mitos de todos los pueblos) le alentaron en la realización de este trabajo. Federico, declarado admirador de François-René de Chateaubriand, quería mostrar la superioridad de la civilización cristiana sobre las paganas: deseaba mostrar, mediante hechos históricos, que el progreso de la historia solo era posible cuando la civilización se basaba en la metafísica cristiana[24].
Era tal su entusiasmo por este asunto que, en 1831, escribe a dos amigos:
Mi decisión está tomada, he trazado el plan de mi vida y, en calidad de amigo, debo haceros partícipes de él. […] Cuando una idea se ha hecho carne en uno durante dos años y bulle en el entendimiento, impaciente por desbordarse hacia el exterior, ¿puede uno retenerla? Cuando una voz nos grita sin cesar: «¡haz esto! ¡yo lo quiero!», ¿puede uno decirle que se calle? Una frase publicada hace tiempo en l’Abeille me ha impresionado siempre: «Pobres sabios, si… hicierais sobre la mitología una obra atrayente como Telémaco, profunda como El Espíritu de las leyes»; pues ahí está expresada, en dos palabras, la ambición, tal vez ambición loca, que quiero realizar. Por lo demás, he comunicado mi idea al abate Noirot, quien me ha animado mucho a llevar a cabo mi plan[25].
Este plan no era solo un vago proyecto para Federico: en su correspondencia temprana encontramos continuas referencias, así como en sus primeros estudios, publicaciones y traducciones que realizó de libros sobre mitologías orientales[26], y en artículos sobre el origen y desarrollo del lenguaje[27].
Durante este mismo periodo, descubrimos a Federico defendiendo la verdad del cristianismo contra la doctrina de los sansimonianos, que estaban consiguiendo notoriedad en Lyon a través de algunas publicaciones en los periódicos Le Précurseur y Le Organizateur. Con la promesa de una era dorada gracias a su nueva ideología, estaban atrayendo a muchos jóvenes lioneses. Federico decidió escribir un artículo que probase la falsedad de la doctrina de Saint-Simon; el resultado fue Reflexions sur la doctrine de Saint-Simon[28], que fue publicado en Le Précurseur el 11 y el 14 de mayo de 1831. Federico Ozanam trataba de mostrar, en este largo artículo, que las religiones primitivas fueron monoteístas —para, así, refutar la tesis sansimoniana de que la religión fue evolucionando desde el fetichismo al monoteísmo—; también Ozanam destaca los avances históricos del catolicismo —para refutar la tesis de que la sociedad moderna había rechazado al cristianismo—, hace un estudio estadístico del incremento de número de católicos desde el tiempo de Lutero, y menciona las conversiones de personas prominentes, como Friedrich von Schlegel o el barón Ferdinand Eckstein. No ha de sorprender que este artículo, escrito por un joven de 18 años, no refleje un pensamiento maduro sobre la cuestión tratada.
Ozanam puso, frente a esta doctrina anticristiana, el Evangelio y la tradición —comenta Jean-Jacques Ampère, editor de las Œuvres complètes de Federico—, tratando de captar desde entonces, con mano primeriza aunque resuelta, la cadena de tradiciones del género humano. Fue como un prefacio para la obra en la que habría de trabajar hasta el fin de sus días[29].
Mereció, no obstante, el elogio de personas destacadas, como Félicité-Robert de Lamennais[30], François-René de Chateaubriand[31] o Alphonse de Lamartine. Este último le escribió a Federico una carta en los siguientes términos:
Acabo de recibir, muy agradecido, y de leer, asombrado por su edad y admirado de sus sentimientos y de su talento, la obra que ha hecho usted el honor de dedicarme. Reciba usted mis sinceras gracias. Me enorgullece que un pensamiento mío, apenas esbozado, le haya inspirado un comentario tan hermoso. Esté seguro de que el pensamiento era suyo; el mío fue solo la chispa que encendió su alma.
Este comienzo nos promete un combatiente más en la santa lucha de la filosofía religiosa y moral que libra este siglo contra una reacción materialista. Como usted, yo auguro mucho éxito. No lo hemos alcanzado todavía, pero la voz de la conciencia, esa profecía infalible del corazón del hombre honesto, nos lo asegura para nuestros hijos. Confiémonos a ese instinto y vivamos para el porvenir[32].
Este artículo sobre la doctrina de Saint-Simon es importante pues, como el mismo Federico le comenta a Falconnet, «en ese pequeño folleto he lanzado el germen de la idea que ha de ocupar nuestra vida»[33]. Con este artículo comienza su tarea apologética, con la esperanza de refutar las doctrinas anti-cristianas. Ozanam soñaba con abarcar toda la historia humana en su plan. Con el paso de los años, dándose cuenta de la imposibilidad de llevar a cabo tan vasto esquema, se centra en la Europa medieval. Como Jean-Jacques Ampère hace notar, «aunque el estudiante hubo de limitar la extensión de su estudio, la idea central siempre permaneció la misma, esto es, demostrar y glorificar la religión a través de la historia»[34].
Autor: Francisco Javier Fernández Chento
Editor de la correspondencia completa, en español, del beato Federico Ozanam
Notas:
[1] En aquel momento, tanto Lombardía como el Véneto estaban gobernadas por un virrey francés, Eugène Bauharnais. El Congreso de Viena (el 9 de junio de 1815) restauró de nuevo a los austriacos en el poder.
[2] Cf. Brémard, Frédéric. Histoire de la famille Ozanam (Historia de la familia Ozanam). París: 1972 (mimeografiado), p. 75.
[3] Sobre el apellido Ozanam, se puede consultar: Fernández Chento, Francisco Javier. «Orígenes del apellido Ozanam», en Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, tomo 122, nº 5, septiembre-octubre de 2014.
[4] Para una mayor información sobre los hermanos de Federico, se puede consultar Brémard, o.c., pp. 35ss.
[5] Œuvres, t. I, p. 2.
[6] Carta 14: a Auguste Materne, del 5 de junio de 1830.
[7] El Collège de la Trinité —como se le conoció al principio— fue fundado en 1519 por la Confrérie de la Trinité. Durante la Revolución Francesa fue ocupado y renombrado École centrale. En la Restauración pasó a llamarse Collège Royal, hasta la Revolución de 1848, cuando pasó a denominarse Lycée de Lyon. Desde 1888 su nombre es Lycée Ampère, en honor a André-Marie Ampère.
[8] Cf. Brémard, o.c., p. 76.
[9] Cf. Legelay, Urbain. Etude biographique sur Ozanam (Estudio biográfico sobre Ozanam). París: Librairie Victor Lecoffre, 1854. La biografía de Federico Ozanam escrita por su hermano, el sacerdote Alphonse, incluye también algunos de estos poemas. Cf. Ozanam, Charles-Alphonse. Vie de Frédéric Ozanam (Vida de Federico Ozanam). París: Librairie Poussielgue Frères, 1879, pp. 86-115.
[10] Cf. Galopin, pp. 17ss.
[11] Carta 14: a Auguste Materne, del 5 de junio de 1830.
[12] Cf. Galopin, p. 18.
[13] Cf. O’Meara, Kathleen. Frederic Ozanam, professor at the Sorbonne, his life and works (Federico Ozanam, profesor en la Sorbona, su vida y obra), Londres: C. Kegan Paul & Co, 1878. pp. 7-8.
[14] Cf. Œuvres, t. I, pp. 2-3.
[15] Cf. Hughes, Henry Louis. Frederick Ozanam. St. Louis: Herder, c1933, pp. 29-30.
[16] Cf. Ramson, Ronald. Hosanna! Blessed Frederic Ozanam: Family and Friends (¡Hosanna! El beato Federico Ozanam: su familia y amigos). Bloomington: WestBow Press, 2013.
[17] Cf. Tissandier, J.-B. Leçons de philosophie, professées au lycée de Lyon par M. l’abbé Noirot (Lecciones de filosofía profesadas por el abate Noirot en el Liceo de Lyon). Lyon, París: 1852, pp. VI-XIII.
[18] Cf. «Importance de l’étude de la philosophie» (Importancia del estudio de la filosofía), en l’Abeille française (marzo 1829). Citado en Centenaire, p. 15.
[19] Cf. Œuvres, t. I, p. 395.
[20] El baccalauréat acreditaba haber hecho los estudios medios.
[21] Cf. O’Meara, o.c., p. 11.
[22] Cf. Ozanam, Charles-Alphonse, o.c., p. 131.
[23] Carta 37: a Falconnet, del 4 de septiembre de 1831.
[24] Varias de sus cartas de los años 1831 y 1832 explican sus ideas de cómo llevar a cabo este plan.
[25] Carta 29: a Hippolyte Fortoul y Claude Huchard, del 15 de enero de 1831.
[26] Carta 48: a Ernest Falconnet, del 18 de diciembre de 1831; y, también, carta 51: A Ernest Falconnet, del 25 de marzo de 1832.
[27] Por ejemplo: «Exposition des systèmes philosophiques des Indous» (Exposición de los sistemas filosóficos hindúes), en Annales de philosophie chrétienne (números del 31 de marzo y 30 de abril de 1832); «Sur les croyances religieuses de la Chine» (Sobre las creencias religiosas en China), en Revue européenne (septiembre de 1833); «Des Doctrines religieuses de l’inde, à l’époque des lois de Manou» (Las doctrinas religiosas de la India durante la época de las Leyes de Manu), en Revue européenne (diciembre de 1833 y enero de 1834); «Grammaire générale. Le langage et la pensée. Faits corrélatifs; origine et développement de l’un et de l’autre» (Gramática general. El lenguaje y el pensamiento. Hechos correlativos; origen y desarrollo de uno y otro), en l’Abeille française de Lyon (marzo de 1831); «Philosophie du langage» (Filosofía del lenguaje), en l’Abeille française de Lyon. Cf. Galopin, pp. 41-43.
[28] Cf. Œuvres, t. VII, pp. 271-357.
[29] Cf. Œuvres, t. I, prefacio.
[30] El periódico l’Avenir, de Lamennais, publica un informe del folleto de Ozanam sobre el sansimonismo el 24 de agosto de 1831.
[31] Cf. Baunard, Louis. Frédéric Ozanam : d’après sa correspondance. París: Editions de Gigord, 1911, pp. 29-30 (Edición en español: Federico Ozanam, fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl. México: Editorial Jus, 1963): «Chateaubriand contempla con desdén el sansimonismo y desprecia a Saint-Simon. Escribe desde Ginebra, el 2 de agosto [de 1831] a un amigo: “He recorrido rápidamente el folleto del señor Ozanam. Ya había leído un fragmento en Le Précurseur. La obra es de un excelente espíritu, y el trozo final es sumamente conmovedor. Lo único que deploro es que el autor haya perdido su tiempo y su talento en refutar algo que no merece la pena. Todos conocimos a Saint-Simon. Era un loco, por no decir algo más. ¡Vaya un extraño Cristo! Dé usted las gracias, por favor, de parte mía, al señor Ozanam”».
[32] Carta de Alphonse de Lamartine a Federico Ozanam, del 18 de agosto de 1831 (Cf. Lettres, t. 1, p. 22).
[33] Carta 37: a Ernest Falconnet, del 4 de septiembre de 1831.
[34] Cf. Ampère, Jean-Jacques. Notice biographique (Nota biográfica), en Œuvres, t. X, p. 11.
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